Escribiendo mandalas es el título de la nueva propuesta poética de Jorge Díaz Martínez (Córdoba, 1977), que ve la luz nueve años después de Transbordo. Poemas del metro de Barcelona (La Garúa, 2012). Como el propio poeta explica en una breve nota introductoria, «en sánscrito, el término mandala significa círculo, aplicándose a un tipo de figuras geométricas utilizadas desde hace milenios como instrumento de meditación»; así pues, los mandalas, cuya arquitectura es una sutil combinación de cuadrados y círculos para crear «figuras tridimensionales», devienen simple cauce para el conocimiento y carecen de valor en sí. De hecho, uno de los rituales más conocidos es aquel en el que, durante varios días, los monjes budistas tibetanos del monasterio Drepung Loseling «dibujan un mandala con arena de colores» que, una vez terminado, es barrido de manera inmediata, en una de las más estéticas lecciones de desapego.

Durante su estancia en China, nuestro poeta ahondó en la simbología de esta representación espiritual y ritual del macrocosmos y del microcosmos y la percibió en numerosos objetos cotidianos, al tiempo que se planteó «su proyección literaria». Así, reconoce que «este poemario es un intento de aplicar a la literatura cierta idea de mandala», entendida más bien como «un simple ejercicio de escritura», cuyo objetivo último es «componer un pequeño e imperfecto glasperlenspiel». Esta imagen hace referencia a aquellas obras que, aunque combinen pensamiento y juego, buscan ser, ante todo, divertimento y entretenimiento. Como si de un juego se tratase, se impone la creación de poemas de 144 sílabas -que sería el cuadrado de doce, la medida predominante de los versos-.

Este corsé lo lleva a forzar en ocasiones el metro y el lenguaje, que se incardina en el plano de lo cotidiano y lo conversacional, en los veintiocho poemas sin título, distribuidos en bloques de cuatro (cuatro son los lados del cuadrado) y dispuestos cada uno en una página, que se funden con las ilustraciones de María Ortega Estepa, ofreciendo al lector un libro de gran belleza física, cuya forma es -y no es casual- la de un cuadrado de apenas diecinueve centímetros y medio de lado. Tras las citas de Jung, Hesse y Cortázar se dispone una página con el símbolo del círculo, con lo cual se cierra la estructura de mandala y se abre el espacio para la lectura de unos poemas de tono intimista, en los que lo coloquial e, incluso, la ironía se dan la mano a la hora de sondear, a través de diversos símbolos, el interior de un yo escéptico y afable que tantea los misterios de la existencia y del lenguaje.