Celebrar la raíz, la médula esencial que alimenta el fulgor lejano de la infancia, no es algo fácil de hallar en estado puro dentro de un libro de versos. Casi nadie consigue adentrarse en los días más lejanos y salir indemne después de la batalla que debe entablar no solo con los gozos, sino también con las sombras y las ausencias de seres y lugares que ayer nos protegieron y, de alguna manera, aún siguen con nosotros. Al final, uno es lo que fue cuando soñaba alcanzar con los dedos la luz limpia y sutil que cosía, en nuestra infancia, los cielos del estío. Ahí en esa luz se posa la sustancia de este libro de versos de Manuel García, uno de los poemarios más hermosos y sobrecogedores que he leído en varias décadas, pues hallo en sus páginas trozos de mí mismo: la niñez del autor en un mundo campesino fue muy parecida, a la mía y, a la vez, a las de miles de niños de esa época.

Si algo distingue en esencia la poesía y la palabra de Manuel García (Huéscar, 1966) es su radical originalidad. Sus poemarios no dejan indiferente a nadie que se atreva a adentrarse en ellos para degustar pasajes tan sugerentes como este: «Cielo de Bucarest. Que alguien me traiga/ el corazón del tiempo/ y allí vuelva mi infancia/ a dar carne a mi cuerpo» (pág. 12), o este otro fragmento igual de delicioso: «Chamarices, jilgueros,/ pardiscos, mirlos, pájaros/ cuantos llenáis el alba/ de trinos, vuestro canto/ es treno de la muerte/ que viene reliado/ en olor de azahares/ y jazmines, es tajo…» (pág. 40). Ahí, en esa perfecta intersección entre el blando fulgor sereno, matutino, de la brisa en los campos y ese resplandor umbrío del tiempo que huye como oro entre los dedos, reside el mensaje entrañable de este libro, Prado negro, de Manuel García. Anteriores a este, el autor granadino, poeta y encuadernador, filólogo, crítico y editor, dio a la luz títulos insoslayables, meritorios, por su calidad técnica y temática como, por ejemplo, La mirada de Ulises (2006), De bares y de tumbas (2011), que en su día reseñamos en este suplemento, y su más reciente, Es conveniente pasear al perro (2017), publicado también en Hiperión como este último. Además de su obra poética, ha dado a la luz en narrativa el libro Mañana, cuando yo muera (2019), que cuenta los últimos años de Ángel Ganivet. También ha traducido los versos de Yannis Ritsos y ha publicado crítica en numerosas revistas literarias.

Centrándonos en su poemario más reciente, lo más sorprendente de este Prado negro, sin olvidar la cohesión de su mensaje, es la autenticidad de su corpus literario, en el cual armonizan cualidades antagónicas como la ternura y la aspereza, la delicadeza y la mordacidad, la melancolía y la celebración, componiendo una cálida argamasa lírica que destella en poemas como los titulados «Invierno y olivar», «Silencio», «Roble y chumbera» y «El deseo es un agua». Por otro lado, el autor sabe alternar la utilización del poema clásico, de rima asonante, con hermosos poemas en prosa en los cuales fulgura concentrada una emoción que conmueve al lector por la veracidad y la límpida atmósfera lírica que exhalan, como vemos en los titulados «El azahar» (pág. 46), «Niños de pueblo» (pág. 72), perfecto retrato de una infancia rural devastada por los años, y, el mejor del conjunto, «El gato, cimientos profundos» (pág. 75), un largo poema en prosa, casi un relato, donde se concentran la ternura y el dolor, la desolación y la dulzura, al mismo tiempo, junto a un fogonazo de melancolía y amarga desolación que nos seduce, pues dibuja con una sencillez heroica, húmeda y ambarina, el afecto infinito de un niño por su gato con un desenlace árido y dramático.

Estructurado en varios compartimentos, este Prado negro es el libro más perfecto, mágico y esencial, de Manuel García, un poeta magnífico al que tener muy en cuenta. Aquí, en este poemario, nos muestra, entre otros asuntos, el fulgor umbrío de una niñez rural que nos pertenece a miles de personas con raíces profundas en una cultura campesina de la que el autor extrae recuerdos y experiencias como la dibujada en el poema «Los bosques»: «De niño paseaba mucho por las extensas alamedas de mi/ pueblo. Era como andar por un incendio amarillo» (pág. 80). Sería largo enumerar todos los instantes prodigiosos de este libro, mas quiero mostrarle a su autor mi gratitud por habernos devuelto intacta, rediviva, la niñez rural de antaño en los poemas de este libro esencial cuya lectura recomiendo.

‘Prado negro’

Autor: Manuel García.

Editorial: Hiperión.

Madrid, 2021