Lo peor que le puede pasar a la literatura es la escasez de ideas de los narradores. Y es que ya lo dijo hace muchos años un peso pesado como Eduardo Mendoza, de quien precisamente se acaba de editar su ultima obra narrativa Transbordo en Moscú: «La novela ha muerto». Cierto es que el autor catalán la «ha matado» en innumerables ocasiones y cada vez que lo hace acostumbra a publicar una nueva entrega literaria. Curioso. Pero me voy a detener hoy en esta Carta del Norte en la sana costumbre que han adquirido las editoriales por rescatar obras injustas e inmerecidamente olvidadas, que disfrutan de una nueva y saludable reencarnación. Así, por ejemplo, redime la editorial Tusquets uno de los títulos más emblemáticos de Rafael Reig, Sangre a borbotones. Una novela llamada a pasar desapercibida cuando vio la luz en 2002 merced a los buenos auspicios de Lengua de Trapo, editorial de la que guardamos un entrañable recuerdo, pero elevada a los altares del Olimpo de la Semana Negra de Gijón gracias a los buenos oficios del escritor, de la obra y de los piropos que le dedicaron algunos de sus colegas de profesión. Estamos en un Madrid irreconocible en el que el Paseo de la Castellana se configura como una de las principales vías de comunicación... marítimas, en un país en el que el Partido Comunista acaba de ganar las elecciones y, en definitiva, en un contexto tan inverosímil como irreconocible. Mezcla de novela negra y de ciencia ficción y con un espectacular arranque de por sí tan disparatado como las 170 páginas siguientes, una cosa es cierta: aunque en algunos momentos sufra altibajos narrativos y los árboles no dejen ver el bosque, Sangre a borbotones no deja a nadie indiferente. Y eso de por sí ya es importante.

Y otra obra oportunamente rescatada, ahora por Roca Editorial, es El secreto del orfebre, de la escritora alicantina Elia Barceló. Hablaba el editor José Huerta en su día del efecto retardado cuando se refiere a la novela. Parece un término adecuado si lo utilizamos para dotarla de la impronta que se le debe exigir para convertirse en obra literaria. Porque si algo tienen sus escasas cien páginas es que no pasan desapercibidas, y que cuando uno las ha terminado de leer, le invade una sensación de tranquilidad y sosiego como hacía tiempo no tenía. La historia de amor del joven Pablo Otero con Celia, quien le saca no pocos años, y de una jovencísima Celia con un desconocido y entrado en años Pablo Otero, los convierte a ambos en protagonistas de una broma no deseada pero largamente buscada, de una nostálgica pirueta en la que se entremezclan a partes iguales el amor, el sexo, la pasión, el tiempo y el espacio. Nada es lo que parece, salvedad expresa del amor que se profesan los jóvenes o no tan jóvenes implicados en la historia. Pero si hubiera que rescatar una secuencia de todo el libro, sin duda ésta estaría uniendo cuanto de mágico tiene una de las novelas más conmovedoras y bellas de los últimos años. La novela no habrá muerto, pero, a mi entender, hace tiempo que sufre una profunda crisis.