La ensayista cordobesa Remedios Zafra, Premio Anagrama de Ensayo por El entusiasmo, ha publicado Frágiles, un ensayo sobre la ansiedad y la esperanza en la nueva cultura.

¿Cómo cree que tendría que explicar la sociedad a las generaciones venideras que no hay oportunidades para todos en cuanto a «trabajar con garantías y estabilidad»?

Pienso que la sociedad no puede resignarse a que éste sea el futuro. Claudicar a que no hay oportunidades para todos es algo que no podemos permitirnos como sociedad. De hecho, ser humanos implica tener capacidad para planificar colectivamente y abordar aquello que causa daño o es mejorable. Cosa distinta es afrontar lo que está ocurriendo ahora. Quiero decir que, paralelamente a la transformación social que esperamos y pedimos a los poderes públicos y privados, existe una realidad que no podemos negar ni ocultar. Cuando las personas solo reciben una expectativa positiva de que si cumplen lo que se espera de ellas la sociedad responderá y esto no ocurre, se genera frustración. Por ello me parece importante preparar a las personas para contextos de dificultad y complejidad como los que vivimos. Esto supone afrontar desde la educación y desde la sociedad que las vidas no son una carrera lisa y ascendente hacia sus expectativas, sino vidas que tienen obstáculos y dificultades, y donde lograr nuestras aspiraciones no es algo individual, sino que exige de la cooperación y de la solidaridad social. No abordar la complejidad del escenario laboral que se vive en España anima a pasar de largo por varios problemas. Por un lado, seguir infravalorando la formación profesional, denostándola, y por otro entender la universidad como una fábrica de títulos donde lo importante es lograr un documento y no la formación que se adquiere porque se ve como un trámite a un mercado de precariedad.

Además de la inestabilidad y las cuestiones burocráticas o competitivas, ¿qué precariza el trabajo intelectual y artístico en la actualidad?

Que la precariedad pase cada vez más desapercibida (es decir, que se normalice) es algo que favorece su mantenimiento, pues tendemos a darla por hecha en tanto la mayoría tienen trabajos temporales y precarios. A mí me parece que es fruto de un modelo económico y productivo que se basa en la hiperproductividad y en los máximos beneficios para una minoría, un sistema que implica hacer mucho y rápido, aunque sea de mala calidad, deslocalizando la producción y buscando pagar menos por más, alimentando una dinámica apoyada en la prisa, la celeridad y el exceso. En el caso de los trabajos creativos hay factores añadidos como la motivación y el entusiasmo de quienes teniendo vocación son fácilmente explotables por quienes saben que harán el trabajo creativo de todas maneras pues les motiva, estando dispuestos a recibir solo capital simbólico (aplauso, agradecimiento, líneas de currículum, visibilidad o seguidores). Dicho entusiasmo puede ser instrumentalizado para identificar a lo que están dispuestos a hacer más (por menos) entre el alto número de desempleados formados aspirantes a los pocos empleos estables o atractivos.

¿Qué sería lo aconsejable para evitar el «exceso de sábanas», y centrarse en el sentido creativo y transformador de «hacer»?

En el relato sobre «las quinientas sábanas», que funciona como uno de los prefacios del libro, apunto a una singularidad de los trabajos creativos contemporáneos. El hecho de que ya no se sostienen sobre prácticas definidas, profundas y concretas que nos permiten realizar un trabajo determinado, sino que en el contexto digital estos trabajos se derraman en multitud de pequeñas y numerosas tareas y colaboraciones mediadas por tecnología que se apropian de gran parte de los tiempos, de forma que allí donde estemos conectados con nuestros aparatos allí solemos estar trabajando. Las lógicas de difusión y mediación de las redes, la exposición del sujeto creativo como marca, la actualización constante y la corta vida de una obra y el fácil encadenamiento de tareas entre colaboraciones que conforman ese trabajo, se convierten en una multitud de pequeñas sábanas que terminan pesando como «una losa». Multitud que además favorece pasar rápidamente por lo que hacemos, deseando terminarlo pronto independientemente de cómo se haga, entre otras cosas porque siempre hay otra actividad que espera. Para evitar ese exceso cabría comenzar siendo conscientes de este bucle y frenando. No es fácil negarse a mantener esta rutina de hacer precario porque el sistema incentiva una lógica de agrado y aceptación que lo retroalimenta y que mantiene a la comunidad y a la maquinaria activa, al sujeto ansioso. Cambiar estos bucles obliga a frenar y a cambiar ese modelo. Parece poca cosa, pero en ese freno puede haber un «desvío» de la repetición y una apuesta por un hacer distinto.

Reflexiona acerca de la energía que emplea la mujer en la tarea creativa, la aceptación privada e, incluso, con las tareas domésticas. ¿Cómo administrar el tiempo y cuidado para un equilibrio que no sea «frágil» entre ambos?

Creo que no se trata de que las mujeres administren el tiempo de otra manera ensanchando sus espaldas, sino de que la sociedad asuma que las tareas domésticas y de cuidados son asunto de todos y no de un género. La pandemia ha sido un claro ejemplo de cómo cuando hay una nueva crisis se producen retrocesos en igualdad y se termina esperando de las mujeres que hagan lo que tradicionalmente han hecho, limitándolas en sus oportunidades de trabajo y emancipación económica y laboral. Solo hay que mirar cómo la precariedad y la pobreza ha afectado especialmente a las mujeres y que han sido ellas quienes han pedido excedencias o tiempos parciales para ocuparse de los cuidados cuando las escuelas, residencias y servicios sociales no han funcionado. Hasta que ser padre no sea lo mismo que ser madre en cuanto a responsabilidad con los hijos, o ser hija igual que ser hijo en cuanto a responsabilidad con los padres, hasta que las políticas sociales y económicas no creen condiciones que aborden esta asimetría estructural, la igualdad será un deseo pero no una realidad.

Pérdida de intimidad, sobre observación, presión a producir artículos sin tiempo para leer y un largo etcétera. ¿Hacia dónde nos dirigen?

La inercia hiperproductiva trabaja a favor de la precariedad no solo en los contratos que predominan sino en el tipo de obra y producción que hacemos, por mucho que la apariencia diga otra cosa. Por ejemplo, un envase cuya fotografía y texto en mayúsculas presume de contener «riquísima comida hecha con productos naturales» y cuyo interior y letra pequeña evidencia comida rápida de pésima calidad; o esa ropa de dobladillos pegados que no resisten un lavado, o esos textos que aparentan serlo pero construidos como un pastiche … Quiero decir que estas lógicas que animan a hacer y a mostrarnos favorecen la apariencia, pero lo el contenido, no la calidad y el sentido de lo que hacemos y de cómo vivimos.

¿Cuáles serían los frutos sociales de tener que pronunciarse siempre y producir constantemente?

Hay sociedades que dan gran valor al silencio, no es nuestro caso, donde se percibe como algo inquietante. La cultura reciente tiende a llenar los tiempos y las vidas de opiniones y pronunciamientos y si hablamos todos, todo el tiempo, solo generamos ruido. Si producimos constantemente haremos lo mismo que una máquina programada para ello hasta que se agote su batería. En la hiperproducción no hay lugar para extrañarnos, innovar, escuchar a los otros, leer o cambiar las cosas de sitio. Esas consecuencias sociales nos asemejarían más a las máquinas que usamos y menos a las personas (y sociedad) que queremos ser.