¿Se imaginan que la extrema derecha entrara a formar parte del gobierno tras las próximas elecciones? ¿Y que luego ganara en la legislatura siguiente y lo presidiera? ¿Qué sucedería en tal caso? ¿Estamos preparados para ello? Esta es la hipótesis que plantea Lux, la nueva novela de Mario Cuenca Sandoval: la llegada al poder de la extrema derecha en España tras la pandemia del coronavirus y las consecuencias sociales que ello podría generar. Y, así, una de las primeras incógnitas que nos planteamos al empezar la novela es su relación con Vox, el representante español de la ultraderecha. ¿Lux es Vox? ¿Qué les une?

Hay imágenes icónicas. Que se te quedan grabadas para siempre en la retina. Por su importancia. O por su simbología. Como la del líder de Vox, Santiago Abascal, luciendo el morrión de los tercios españoles, con la que se postulaba adalid de la Reconquista. ¿Recuerdan? Pues bien, Simón Aliaga, el líder de Lux, también se hace una foto similar, una foto con un yelmo que, adornado con los colores de la bandera española, acaba convirtiéndose en el símbolo del partido e ilustrando la portada de la novela. También hay otras similitudes entre ambos partidos, como, por ejemplo, las iniciales de sus líderes (Santiago Abascal/Simón Aliaga) o su parecido fonético (Vox/Lux). Forma parte del juego literario. Pero Vox no es Lux. Al menos, hasta ahora. Aunque se le parezca en muchas cosas, como la asunción de las gestas y valores patrios (el cristianismo, la reconquista, el imperio, la familia, la unidad nacional…), el rechazo a los extranjeros y los homosexuales o la utilización de noticias falsas en la propagación de sus ideas. Lux es la ultraderecha en su estado más radical, la que está dispuesta a llevar a cabo todas las tropelías que se narran en el libro con tal de imponer sus condiciones. Vox es una incógnita. Aún no ha gobernado nunca y, por tanto, no podemos imaginar su forma de hacerlo ni podemos achacarle los métodos de Lux por más que ideológicamente se parezcan y sus modales no inviten precisamente a la concordia. Lux es la práctica; Vox, la teoría. Ahí está la gran diferencia. Otra cosa es que se dieran las condiciones narradas en la novela… ¿Qué ocurriría entonces? Para eso está la literatura. Para plantearlo. Para hacernos pensar. Para eso, entiendo, se ha escrito Lux.

«En el principio no fue el verbo, sino la emoción». Así empieza la novela, en una clara alusión a los populismos que enarbolan el entusiasmo frente al sentido común, que defienden la pasión ante la cultura, la impetuosidad ante el raciocinio. En este sentido, Vox (la voz, el verbo) se ve superado por la estrategia emocional de Lux (la luz, el resplandor que puede iluminar al país en el futuro resaltando nuestras esencias patrias). Lux es un partido que surge impulsado por las redes sociales, fruto de «la ira y la superstición», con una conciencia diáfana de «nuestro declive como nación» y «un verdadero deseo de purificación y de reforma moral». Su lema es «mantenerse en pie en un mundo en ruinas»; su estrategia, presentar la situación de España «como el balance de una gigantesca conspiración contra los valores occidentales, como un auténtico genocidio blanco por el que nuestra cultura se hallaba en peligro de extinción»; y su ideario, «una moral basada en la ley natural, impronta de la voluntad divina». Para ello, si hace falta, se sirve de la tergiversación y la mentira, ofreciendo datos falsos con tal de indignar al ciudadano y obtener su apoyo. «Gestionar el miedo», lo denomina el narrador, Marcelo Mosén. Y lo peor son los métodos utilizados para la ejecución de su «programa de higiene moral»: las cacerías de los viernes, una cruzada basada en los «principios de legislación emocional» de Lux, mediante la que se les permite a los ciudadanos «el derecho de perseguir públicamente la indecencia», y el examen, con el que se obliga a las víctimas «a avergonzarse de sus perversiones». Una labor llevada a cabo por la Brigada de Convivencia Cívica, el Escudo de la Moral, en palabras del presidente Aliaga.

El narrador de Lux, supuestamente Marcelo Mosén –ya que no llega a identificarse nunca con claridad e incluso en una ocasión niega llamarse así–, es un profesor de Derecho que pierde a su hijo de 18 meses a consecuencia del coronavirus. Posteriormente lo abandona su mujer y, tras matar con ácido al perro de un vecino extranjero, sufre un linchamiento en las redes sociales que acaba provocando su expulsión de la Universidad. Desahuciado, sin empleo, acorralado por la justicia, acude a un viejo compañero de estudios, Fausto Gilabert, dirigente de Lux, que le ofrece como vivienda la sede del partido. Desde ella, se convierte en espectador privilegiado de la nueva situación política, conoce a los líderes de Lux, sus estrategias de gobierno, sus métodos de actuación, sus intrigas, sus barbaridades. Y, aunque muchas de sus acciones no las comparta, aunque asista como mero espectador de lo que está pasando y no se implique en ellas, lo asume todo como propio y se obstina en defender la bondad de los dirigentes del partido a pesar de conocer sus prácticas represivas. Marcelo Mosén es un personaje especial, desubicado, que se niega a reconocer la realidad; un hombre culto, «educado en las sutilezas de la jurisprudencia latina», que, aunque acaba integrándose en el partido, al que está agradecido por ayudarle, no logra encajar la nueva situación política en su ideario y se lo replantea todo, intentando justificarlo, tratando de ajustarle las cuentas a su conciencia, de hallar la paz consigo mismo. En esa labor liberadora, que no concluye nunca, porque en el fondo no comparte lo que está viendo, disecciona la realidad y ofrece al lector una visión esclarecedora del comportamiento de Lux. Es, sin duda, el mayor acierto de la novela, porque, sin pretenderlo, desenmascara la realidad.

A lo largo de esta historia, Marcelo Mosén se descubre homosexual y, a pesar de que abomina de ello, se enamora de un joven que presume de su condición, un joven, David, que morirá ante sus narices en una de aquellas pruebas de pureza –el examen– que llevan a cabo los integrantes de Lux para curar a los perversos. Veinticinco años después, cuando Lux se ha apagado, cuando ya es tan solo un fantasma de la memoria, Marcelo Mosén, escondido, prófugo de la justicia, abrumado por el peso de los recuerdos, acomete la tarea de escribir su historia, de contarle a la madre de David, integrante de una asociación memorialista, a la que conoció tras su muerte reclamando información sobre los desaparecidos, su relación con él, porque David, lo que ha vivido o imaginado con David, es lo único memorable de su vida. Es una confesión agónica, que comenzó a «brotar a borbotones» una vez se puso ante el teclado, según cuenta, y sus dedos apenas podían seguir el curso del pensamiento. Pero no crean que está arrepentido. Para nada. «No se equivoquen conmigo –asegura–: no escribo desde la culpa. Ni tampoco creo ni por asomo que pasar revista a todos estos fantasmas pueda convertirme en un hombre mejor. Escribo porque no se puede vivir en la fragmentación, entre tiras, harapos de pensamiento». Mosén, como el extranjero de Camus, se muestra indiferente a la sociedad que lo rodea, una sociedad que no puede comprender ni controlar, por eso se conforma con lograr la paz espiritual, porque para él, como se dice al inicio del libro, lo primero no es el verbo, sino la emoción, y necesita apaciguarla.

La literatura no es inocente. Nunca. Y menos en este caso. Mario Cuenca Sandoval lo que quiere es alertar de los peligros de la extrema derecha en una España desconcertada y dividida tras la pandemia y con unas redes sociales que, cada vez más, se utilizan perversamente para manipularnos, confundirnos y enfrentarnos, máxime si nos dejamos llevar por la emoción, principio básico de Lux. No nos engañemos. La literatura exagera la realidad. Vale. Es una de sus armas. Pero la situación que se narra, el acceso al poder de la extrema derecha, resulta perfectamente factible si nos atenemos a los resultados de las últimas encuestas o de las elecciones autonómicas madrileñas. En este sentido, Lux es una novela perturbadora y necesaria, una distopía posible que nos invita a replantearnos la realidad y nos hará sin duda reflexionar sobre los riesgos del populismo; una novela que, la miren desde la posición ideológica que la miren, no los dejará indiferentes. Seguro.

‘Lux’

Autor: Mario Cuenca Sandoval

Editorial: Seix Barral

Barcelona, 2021

Un autor muy bien recibido por la crítica

‘Lux’ es la quinta novela de Mario Cuenca Sandoval, un autor nacido en Sabadell en 1975 cuya familia paterna es de Priego y lleva desde los cinco años residiendo en la provincia de Córdoba. Su obra ha sido muy bien acogida por la crítica. Así, Alvaro Colomer, de ‘La Vanguardia’, asegura que es “el mejor narrador de la nueva literatura española” y Pedro Bosqued, del ‘Heraldo de Aragón’, que tiene “una de las prosas vivas más ingeniosas de nuestra literatura”. Con su primera novela, ‘Boxeo sobre hielo’ (2007), obtuvo el Premio Andalucía Joven de Narrativa. Le seguirían ‘El ladrón de morfina’ (2010), ‘Los hemisferios’ (2014) y ‘El don de la fiebre’ (2018), la penúltima, una novela sobre la vida del músico francés Olivier Messiaen, que, en medio de la barbarie de un campo de concentración nazi, compuso y estrenó una de las obras fundamentales de la música contemporánea: el ‘Cuarteto para el fin del tiempo’. Con ‘El don de la fiebre’ obtuvo el premio Ciutat de Barcelona 2018. Como poeta ha escrito tres libros: ‘Todos los miedos’ (2005), que recibió el Premio Surcos de Poesía; ‘El libro de los hundidos’ (2006), que ganó el Premio Vicente Núñez, y ‘Guerra del fin del sueño’ (2008). También ha coordinado dos antologías de cuentos: ‘22 Escarabajos. Antología hispánica de cuentos Beatle’ (2009) y ‘Las bibliotecas imposibles’ (2017).