H ay otras maneras de acercarse a lo rural, a la tradición que viene impuesta en la genética del individuo. Luis Díaz, con un discurso fluido y clarificador, se adentra en ese nuevo territorio en el que confluyen varios factores distintos, desde una conciencia del espacio y del tiempo, del instante cuando resulta transformarse en una sacudida recordable. El género -el masculino, en este caso – es puesto en solfa continuamente por parte del sujeto poético, la tradición, en definitiva, sometida a una especie no de revisión, pero sí de cuestionamiento sutil sobre su auténtica eficacia en un tiempo tan lleno de contrastes como éste, en el que se encuentran pasado y presente, marcando un futuro inmediato.

La estirpe, la genética juegan sus bazas, y el sujeto se enfrenta a ese legado con conciencia del camino que va a recorrer: «Siempre me dicen que voy a engordar como mi padre…/ les digo que no que yo voy a ser flaco como un galgo».

Cargado de una sencillez aplastante, el sujeto se desenvuelve con naturalidad entre el presente más intenso y el pasado que también lucha por abrirse paso entre la modernidad: «esperan de ti que seas firme…que no calcules cuántos años te quedan de planear la siembra…». La relación con la familia (sobre todo con la figura del padre) recorre como un hilo invisible la mayor parte de los poemas, en un crecimiento de la conciencia de que todo lo que sucede guarda su misterio, que no tiene porque revelarse de manera instantánea. Esa lucha entre lo que se es y el deseo que se proyecta a cada momento de lo que se quiere ser realmente, produce un espacio intermedio en el que el sujeto prende la chispa para generar la duda o la pregunta, para lanzarla como un bumerán del que no podemos esperar la respuesta como certeza.