A lfredo Taján (Rosario, Argentina, 1960) es autor de las novelas El salvaje de Borneo (1993), un relato barroco y lleno de sabiduría, El pasajero (1997), Continental & Cía (2001), La Sociedad Transatlántica (2005) y Pez Espada (2011). Ha publicado la colección de cuentos El retrato de Doris Day (Renacimiento, 2020).

Después de la novela, ¿se concibe el cuento como un género distinto de expresión?

La narrativa ofrece un campo ilimitado de expansión en el género novelístico, que últimamente, por cierto, está siendo cuestionado por anacrónico, propio del siglo XIX, mientras el cuento propicia la comodidad de la concisión, la brevedad, el esquematismo, el numen de la historia. Pero resulta difícil diferenciar una novela corta de un relato largo a lo James, Wharton, Bioy Casares o tantos otros.

¿Tanto le atrae el mundo del libro para escribir esta colección, El retrato de Doris Day (2020)?

En Una historia de la lectura , Alberto Manguel reflexiona sobre el poder, ya no solo del libro, sino acerca de los distintos soportes en que el signo, la palabra, los códigos de transmisión del saber, nos han convertido en lo que somos. Desde las inscripciones en piedra hasta el papiro, el pergamino, el papel, y desde hace unos años, los libros electrónicos, que tienen tanto ventajas como desventajas, la principal, a mi entender, la pérdida de control de la obra artística, la estafa mecanizada, el fin de Galaxia Gutenberg.

¿Un catálogo de obsesiones o un tipo de pulsiones para construir una auto-ficción?

He utilizado El retrato de Doris Day para exhibir, sin pudor alguno, todo un arsenal de nombres, citas y situaciones que mantenía ocultas desde muy joven, porque, también desde muy joven, he sido consciente de que algunas armas de ese arsenal eran tóxicas, y llegado el caso, letales. Me fascina formar parte de mis relatos no sólo como creador ficcional, sino además como protagonista de esas aventuras, que, en un tanto por ciento muy elevado, son ciertas, incluso en sus aspectos fantásticos o increíbles.

¿Cuánto hay de placer y de terror en su vida?

Hace más de una década experimenté una sensación que responde esta pregunta. Estaba en mi casa saboreando la soberbia película Vampyr , dirigida por Dreyer en 1932, con el multifacético dandi Julian West como actor principal. Para poner en pie este complejo filme Dreyer se inspiró en uno de los relatos góticos esenciales del vampirismo literario, Carmilla, de Sheridan Le Fanu, escrita medio siglo antes que el famoso Drácula, de Bram Stoker. Recuerdo que estaba acompañado por mi anterior mascota, una perra de agua, Úrsula, cuando, de repente, me fue embargando una sensación de terror ante aquellas imágenes venenosas en las que se escuchaban voces en francés, inglés y alemán, que entraban y salían de aquella odisea muda; estaba aterrorizado, pero a la vez, no podía apartar mis ojos de la pantalla, hasta tal punto que Úrsula se acercó a mí y empezó a lamerme la mano, supongo que para librarme de aquel maldito éxtasis.

¿Existe una selección previa para construir su libro en cuatro apartados, con personajes característicos y concretos?

Una vocación selectiva es probable, pero previa no creo. Lo que me hizo estructurar el libro en cuatro secciones fue la necesidad de darle una coherencia menos cronológica y más argumental. Los personajes, y los temas, irían juntos, pero no revueltos, a pesar de que son personajes miméticos que se inscriben en situaciones ambiguas y se prestan a casi todas las variables posibles.

El tema de la identidad, ¿es fundamental en estos cuentos?

Por supuesto, uno de los temas relevantes es la identidad. Lo anuncia el título intercambiable de Doris por Dorian, y Day por Gray. Lo anuncia la portada con ese retrato collage de David Bowie en la época de Aladino el insano , un Bowie con el pelo y los pechos de Marilyn Monroe, que era menos recatada que la intérprete de Qué será, será . Bowie canta en Rebel, rebel , una de sus letras icónicas.

¿Se puede ir más allá de esa transfiguración terrorífica, con algún sobresalto, como en el relato, «Rojo manantial de juventud»?

¿Más allá? Cuando el mal se apropia del instinto y del pensamiento lógico, ya se está pisando un terreno pantanoso. Recordemos cómo sufre el Doctor Jeckyll cuando se transforma, muy a su pesar, en Mr. Hyde, y pierde el control, y asesina a seres inocentes. El dualismo sin control se transforma en un trastorno grave. Stevenson, al escribir Dr. Jeckill y Mr Hyde, también atacaba a la hipócrita sociedad victoriana que se sustentaba en las apariencias.

¿Se miró usted en el espejo para escribir estos retratos, y el lector debe hacer lo mismo al leerlos?

Sí, en algún momento, y me ha dado miedo. Y no es broma. Con el relato «La copa del olvido», me ocurrió que debí dejar el final para más adelante porque me invadió una extraña sensación, entre espantosa y repugnante. Respecto al lector, poco puedo decir, solo que le aconsejo que disfrute y no se inmiscuya demasiado en los entresijos en que se basan algunas historias.

Si sus relatos responden a su autobiografía, ¿necesita la realidad para inventar su propia ficción?

No todos estos relatos son autobiográficos, por ejemplo, nunca he sido espía de ningún gobierno, y menos del británico, ya me hubiera gustado a mí. Confieso que en mis anteriores novelas hay más o menos páginas autobiográficas, depende de qué título abordemos. En mi próximo proyecto, también, quiero llevar las riendas de la Historia, con mayúsculas, seré una voz más entre distintas voces.

¿Cuánto de tradición literaria, de lecturas, de vivencias y de catálogo cultural se aprecia en su literatura breve?

No lo sé, supongo que hay tradiciones que se entrecruzan, de Borges a Wilde media todo un océano y dos lenguas distintas, pero paradójicamente más cercanas, en actitud y erudición, que el mustio realismo de la literatura europea de la última posguerra, sobre todo la española. En cuanto a catálogo cultural, desde muy pequeño me han chiflado las enciclopedias, pasaba horas muertas hojeando el Larousse, la Espasa Calpe o la Británica.

Convertir a sus contemporáneos en personajes y protagonistas ¿un homenaje o una terapia?

Más homenaje que terapia. Y también agradecimiento. En el mundo cultural hay mucho odio, luchas cainitas y envidias, pero en el fondo, se trata de una Sociedad de Admiración Mutua.

El relato, «La flor pisoteada», ¿reivindica la figura de María Rosa de Gálvez en el panorama literario del Madrid neoclásico?

Así es. María Rosa de Gálvez fue una mujer que cabalgó entre dos siglos, el dieciocho y el diecinueve, es una de las últimas escritoras neoclásicas, fue apoyada por Moratín, fue después una prerromántica. Se trata de una mujer que demostró en su producción literaria, poesía y teatro, y en su vida, planteando su separación a instancia de parte, una independencia digna del mayor elogio. La historiografía, avanzado el siglo diecinueve, la maltrató por estar relacionada con el omnipresente Manuel de Godoy, bestia negra del liberalismo isabelino, quien le pagó la edición de su obra poética en Imprenta Real.