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Tánger en ‘Malabata’

La novela de Sergio Barce convierte la ciudad africana en protagonista

Por los cafetines y teterías de Tánger deambularon autores como Tahar Ben Jelloum, Ángel Vázquez Mohamed Chukri, Ramón Buenaventura o la pléyade de escritores de la generación beat que erigieron a Tánger como oasis de lo imposible. El magma inconmensurable de lenguas, lugares, personajes, historias o sentimientos que alberga la ciudad, ha sido el material creativo que han sabido emplear narradores y poetas bajo la seducción de la vedette que posa altiva en la puerta de África, al decir de Pierre Lotti. Todos ellos, han pretendido describir un tiempo en tránsito, anudar una época, unas personas, sus esperanzas, sus anhelos, sus frustraciones, en un marco tan movedizo como es el de los espacios compartidos. Y es ahí, donde aparece la última entrega de Sergio Barce, Malabata, que completa la trilogía junto a: El libro de las palabras robadas y La emperatriz de Tánger, enlazados en y desde Tánger: un escenario que respira y existe como si fuese un personaje más, quizás el principal, de esta deslumbrante obra.

La Tánger internacional, el ambiente de intriga y desenfreno bajo su estatus de ciudad abierta, a la vez que carnal, donde el olor a té se mixtura con el del kif y el delirio de perdedores sin escrúpulos que buscan su salvación a toda costa en partidas ilegales, intentando redimir su locura, compondrán el marco incomparable para ambientar una excepcionalmente elaborada trama de intrigas y venganzas.

Recorriendo sus páginas, el lector es seducido por una narrativa que le lleva, una y otra vez, desde los personajes, a ese gran personaje que es la metrópoli y que se hace omnipresente en cada uno de sus episodios, porque lo que ha pretendido Sergio es mostrar la vida de esta portentosa y fundante ciudad que lo ha atrapado hasta el agotamiento.

Novela noir o novela policíaca que arranca, de manera intensa, proteica, con un doble asesinato, el de Christian Tesson, obsesionado por restañar sus heridas pasadas, que le impone la búsqueda obsesiva de Brunner, antiguo jefe de la Gestapo en Francia, bajo la imperiosa necesidad de vengar el daño causado a su familia, y el de Jacques Duhamel, hijo de Jean-Louis Duhamel, importante coleccionista y tenebroso hombre de negocios.

La narración impone un inesperado y dilatado flash back, que llevará al doble recorrido que transita todo el texto y que acompaña las pesquisas de los dos principales protagonistas: el inspector jefe marroquí Amin Hourani y el subinspector asesinado, Christian Tesson.

Malabata es una excelente novela negra recreada bajo un ambiente sombrío y lóbrego, que confiere al texto la escenografía adecuada, donde los asesinatos y las intrigas discurren acompasados de intensidad emotiva, a veces de un suspense caliginoso, que contribuye a mantener vivo el interés por desentrañar el enigma y descubrir la identidad y el móvil de los asesinos, quienes sellan el homicidio, arrojando treinta monedas al cadáver, pasando de lo leíble a lo visible, tal y como ha indicado el profesor Ahmed Oubali.

Los personajes secundarios aportan a la novela una consistente malla de levedad y tenuidad, con la que mitigar y atemperar un texto que, sin sus caleidoscópicas intervenciones: a veces repletas de ternura, otras disparatadas hasta el extremo, podría haber caído en una redacción tenebrosa o sombría, pero que Barce resuelve magistralmente, dotando a la novela, gracias a estos adyacentes actores, de una hialina historia.

El subinspector Medina, ayudante del inspector jefe Hourani, policía angustiado y escéptico, Yamila, una bellísima danzarina, cuya acendrada mirada se convertirá en el cabo que mantendrá a flote la esperanza del inspector jefe, el Sultán Razine Al Sakuri, la suntuosa señora Malet, su sobrina Marie, su hijo Alain, Pedro Duarte o el escritor Augusto Cobos, conforman ese universo de historias paralelas que colaboran en la elevación de un texto verdadero, incardinado en frontera de la épica cotidiana.

De fondo, la trama policial es relevada por el verdadero interés del autor: mostrar la vida que emerge y se eleva, milagrosa, excepcional, portentosa, en una ciudad única e irrepetible, como fue la Tánger internacional.

Escribía Jaroslav Seifert que «recordar es la única manera de detener el tiempo». Sergio Barce posee el talento de contar las experiencias para hacer posible el conjuro del milagro creativo. Este es el mundo que Sergio Barce ha creado para todos, su legado, el testamento que ha construido a lo largo de veinte prodigiosos años y que nos entrega como testimonio de resistencia «a través de los ojos del niño que fue».

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