REPORTAJE
Manuel y Rafaela, un ejemplo de Villaralto de relevo generacional en la ganadería
Ambos comparten que la formación se convierte en un elemento clave para mejorar la rentabilidad
«Partimos del presente de nuestros abuelos y padres, tenemos las herramientas y la capacidad para usar las nuevas tecnologías. Tenemos el camino hecho, solo tenemos que recorrerlo. ¿De verdad vamos a partir que todo ese esfuerzo se pierda?». Son palabras de Rafaela Herrera García, una joven que vio a su padre alejarse de su tierra y volver para no abandonar la explotación que era la vida de su abuelo. Hoy, ella y su hermano tienen claro que ellos son el relevo generacional, que no van a abandonar la explotación familiar de ganado de ovino, que ese legado seguirá siendo familiar como hicieron sus padres por una cuestión de «lógica de la vida».
Esa «lógica» la explica su padre, Manuel Herrera García, que narra que cambió de trabajo a los cuarenta años avisando de que «nunca es tarde». Manuel trabajaba en la central nuclear de Almaraz, tenía una vida hecha, pero a su suegro le llegó la hora de jubilarse de una explotación heredada y que era trabajada por la tercera generación de una misma familia. «Lo fácil era seguir allí, teníamos nuestra vida hecha, pero lo pusimos en una balanza y pudo lo ético. Volvimos a la tierra», explica el ganadero de ovino. Lo ético, para él, fue no dejar morir una explotación «consolidada», que podría haberse alquilado, pero esa no fue una opción. Se trasladó con su familia hasta Villaralto y allí empezó, a sus cuarenta años, una nueva profesión.
Cuando emprenden el camino de regreso dejan atrás una jornada laboral de ocho horas, cinco días a la semana y un mes de vacaciones para ceñirse a lo que manda el campo. No fue fácil, pero la familia lo tuvo claro. Y esa decisión también la supo ver Rafaela, quien desde muy pequeña supo que lo suyo era el campo y enfocó su formación hacia la rama de veterinaria.
La formación, clave
Rafaela tiene claro que lo suyo es vocación, pero ese contacto continuo con el campo también le hizo ver que se podían aplicar mejoras para tener un mayor rendimiento y para conseguir ese hito el único camino era la formación. «Me tenía que formar para conseguir suplir las carencias que teníamos, era el camino», explica. Lo hizo, primero estudiando Veterinaria en la Universidad de Córdoba y luego, conociendo la realidad de otros países.
Viajó hasta Inglaterra por esa inquietud de «conocer lo que hay más allá, en otros lugares» y en el país anglosajón trabajó con ganaderos y conoció su realidad. «Tenía un buen trabajo, unas buenas condiciones, pero yo sentía que quería ayudar a la gente de mi zona. Es verdad que mis padres nunca me han presionado para quedarme con la explotación y eso también me ha dado mucha libertad», cuenta.
Regresar para aplicar lo aprendido
Después de ese tiempo de formación tocó regresar y aplicar lo aprendido en el territorio, en la comarca de Los Pedroches y en la explotación de ganado ovino de su familia. Rafaela entró a trabajar en Covap, en el campo de la innovación, y se acerca hacia una explotación familiar que tiene claro que será su futuro. «Cuando mi padre lo deje, mi hermano y yo estaremos ahí y seguiremos su trabajo, lo tenemos muy claro».
La formación es compartida para mejorar la eficiencia de la ganadería y también de la calidad de vida del propio ganadero. Rafaela habla del «efecto macho» que permite mejorar el tiempo y el espacio de las parideras, así como saber los animales que son reproductivos. Del mismo modo, también están los collares con GPS que «te permiten ahorrar tiempo, pero también dinero en gasolina porque no te tienes que desplazar hasta la explotación». Y es que si hay algo claro es que las nuevas generaciones tienen mucho que aportar y eso hace que el sector se convierta en más atractivo.
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