En plena celebración navideña nació Sebastián Valero Jiménez en Huelma ( Jaén), en 1926 y fallecería el día 23 de marzo del 2002, a la edad de 76 años, recibiendo sepultura al día siguiente, 24 de marzo, Domingo de Ramos, en Aguilar de la Frontera.

En esos 76 años de vida le dio tiempo a enamorarse de la música, a aderezar esa vocación temprana, ser miembro de la Banda Municipal de Música en su pueblo natal, llegar a ser director en 1952 y componer más de 500 obras de todo tipo, que iban desde las grandes obras de concierto a marchas procesionales o hasta villancicos, donde llegó a obtener varios primeros premios, o seis misas para orquestas de plectro, órgano y coros. Una persona enamorada de un trabajo que lo apasionaba y que vivía de manera intensa.

Sus dos pasiones eran la familia y la música. De hecho, cuando cumplió los doce años de matrimonio con Amanda Aranda, su esposa, le dedicó un vals titulado Siempre unidos, dando muestra de su dominio de versificación y musicalidad como en sus obras al completo. Dejaba notas y breves versos a sus nietos con la caída de sus primeros dientes, durante la visita del Ratón Pérez. Tuvo cuatro hijos, Luis Alberto, María Fuensanta, José Armando y Bernardo Sebastián, el único que siguió su profesión, profesor de viento-madera que según cuentan se colocaba al lado con papel pautado y lápiz imitando la escritura de las notas musicales. Tiene una colección de obras para guitarra dedicada a sus nietos y todos sus hijos cuentan con obras dedicadas. 

Cercano y cordial

Sus herederos afirman que «era persona nada ostentosa y de gustos sencillos, cercano, cordial y agradable, extraordinariamente educado y respetuoso con todo el mundo», lo que le hizo muy querido y apreciado en todos los ámbitos. Dotado para la música y las letras, gustaba de las tertulias, la cultura mediterránea y alguna copa de vino de la tierra, tanto en taberna como en el patio de su casa. Un enamorado de Huelma, Aguilar y con debilidad por Moriles. 

Es por ello que su afición y dedicación por la música no se detuvo en Huelma, sino que dirigió las bandas jiennenses de Bélmez de la Moraleda y Campillo de Arena, en lo que sus hijos llaman «periodos de gran brillantez de dichas agrupaciones». En 1956 superó las oposiciones al Cuerpo Nacional de Directores de Bandas de Música Civiles y durante 35 años ocupó dicha plaza como director de la Banda Municipal de Música de Aguilar de la Frontera, que hoy lleva su nombre por acuerdo unánime del Ayuntamiento aguilarense. Este año, el pasado 27 de mayo en pleno ordinario, su reconocimiento por fin ha proliferado dando un paso más, cuando las autoridades locales han nombrado de forma unánime el Auditorio situado sobre la antigua iglesia de Los Desamparados, en la calle del mismo nombre, como Auditorio Municipal Sebastián Valero.

Su formación era extensa, con las carreras de trombón, armonía, contrapunto y fuga, composición e instrumentación. Asimismo, Valero fue profesor de Armonía y Composición del Conservatorio Superior de Córdoba, «donde dejó profunda y admirada huella entre sus alumnos y claustro», comenta su hijo Luis Alberto. 

Maestro de maestros

Entre sus alumnos aún quedan huellas «inconfundibles e indelebles» de su legado. No solo su «enorme bagaje cultural», su personalidad y excelente trato componían la mezcla exacta para transmitir la enseñanza musical como «una auténtica facultad humanística». «El maestro Valero», «Maestro de maestros», como se refieren a él en la localidad de Aguilar y lugares colindantes a la localidad, tuvo una intensísima actividad en relación a las bandas. Sebastián Valero estaba en continua «revisión y recreación de la función cultural y del desarrollo y ejercicio de su profesión mediante su activa participación en el Coloquio Nacional de Directores de Banda Civiles», celebrado en Madrid en el Instituto de Estudios de Administración Local en 1975. Fue un educador tesonero luchando contra el signo de los tiempos, años 60 y 70 del siglo pasado, la emigración de sus alumnos, una lucha desigual, muchas veces con las sombras del sollozo en el rostro de maestro y discípulos. 

Su instrumento | Valero siempre usó la guitarra para componer. CÓRDOBA

De caligrafía armoniosa y artística, era capaz de armonizar e instrumentar obras en apenas unos minutos con un tarareo, como le ocurrió cuando la Banda Municipal se trasladó a tocar a otro pueblo el himno de una virgen que desconocía.

Sebastián Valero construyó a su alrededor una arquitectura musical al fundar, durante sus primeros años, la Banda de Música de la Agrupación Musical de Moriles y también fundó y dirigió el Centro Filarmónico Aguilarense, de Aguilar de la Frontera o Las Rondallas de Moriles (Rondemor) y Monturque.

Por otra parte, Valero promovía con su investigación y profundizaba en las raíces musicales españolas antiguas y populares así como en el cancionero sefardí. Este reconocidísimo compositor no solo ha tenido una actividad inagotable en cuanto a esas más de 500 composiciones que se interpretan por todo el país. Sus obras han superado barreras alcanzando reconocimiento internacionalmente. 

En la provincia y en Aguilar no cejan los reconocimientos en su nombre, algo que él mismo inició al dedicar marchas, pasodobles o himnos a distintas poblaciones. Como, por ejemplo, el Himno oficial de Aguilar de la Frontera, Piropo a Moriles, Nuestra Señora de la Piedad como himno de la patrona de Iznájar, varias marchas procesionales para Cabra, pasodobles y marchas a La Rambla, Fernán Núñez o Monturque. Para su provincia natal escribió el Himno oficial de Huelma Canto a Huelma. Aunque Málaga, Cádiz y Sevilla también cuentan con un número amplio de obras. Llevan su nombre el centro cívico de Moriles, la Banda Municipal de Música de Aguilar, la Asociación Músico Cultural Maestro Valero, la Banda de Música de Huelma y el Conservatorio Elemental de Música de la Junta de Andalucía, y una plaza de la población de Huelma, acompañada por un busto del músico. Estos reconocimientos se han extendido a lo largo de los años. Destacan la Medalla y Diploma Individual de la 8ª Exposición Nacional de Industria y Artesanía, modalidad artística (1958), el Primer Premio del Festival de Otoño de Radio Linares (1960), el Primer Premio del Concurso Nacional de Polifonía de Origen Culto en Madrid (1973); el nombramiento como Hijo Adoptivo de Aguilar y Medalla de la Ciudad (1991); así como la Primera Medalla del Centro Filarmónico Aguilarense (1991) o Insignia de Oro de la Agrupación de Hermandades y Cofradías de Aguilar (2000).