La campiña de Córdoba, un terreno fértil y amable y con una ubicación estratégica que ha favorecido las comunicaciones entre territorios, ha sido desde antiguo un lugar idóneo para el asentamiento de grupos humanos. Así lo ponen de manifiesto los hallazgos arqueológicos de la zona que han revelado, entre otras, la presencia de fenicios, cartagineses, griegos, iberos o romanos.

La huella romana en Córdoba (toda la serie)

Entre la comarcas del Guadajoz Campiña Este y la Campiña Sur cordobesas se diseminan diversos yacimientos que han sacado a la luz algunos de los tesoros de la Bética y que permiten entender la importancia de estas tierras en el imperio. Es el caso del yacimiento de Torreparedones, situado en Baena, llamado la «Pompeya andaluza» por algunos especialistas debido al buen grado de conservación de los elementos encontrados.

Convertido en parque arqueológico por el Ayuntamiento de la localidad y abierto al público desde 2011, Torreparedones es el vivo ejemplo de cómo los seres humanos han repetido determinados patrones a lo largo de nuestra historia y de cómo han sabido sacarle partido a una buena ubicación geográfica con una orografía rica en recursos naturales. En este sentido, el arqueólogo municipal de la Baena, José Antonio Morena López, explica que el lugar en el que se encuentra el yacimiento, sobre una cota muy elevada desde la que se divisa una enorme extensión de territorio, «estuvo habitado desde finales del IV milenio a.C. hasta el siglo XVI, es decir, durante unos 5.000 años». Pero su etapa de esplendor la vivió en «las épocas ibera y, sobre todo, romana».

Son muchos los vestigios que quedan de aquel periodo histórico en Torreparedones. Morena López señala que durante todo el siglo I d.C. se llevó a cabo «un notable desarrollo urbanístico del que empezamos a conocer algunos elementos como el foro o plaza pública donde están los edificios públicos que tenía cualquier ciudad romana: templo, basílica, curia, pórticos...». En el foro, «destaca la pavimentación de la plaza y su inscripción monumental con literae aureae» (letras doradas) que recuerdan el nombre de la persona que costeó la obra: «Marco Junio Marcelo, que fue alcalde de aquella ciudad», indica Morena López.

En el foro de Torreparedones destaca un conjunto escultórico que adornaba la plaza formado por tres estatuas sedentes monumentales que representan a Claudio, Augusto y Augusta (Livia). Pero se han encontrado otras piezas significativas, entre ellas un retrato de Claudio que en la actualidad se muestra, de manera temporal, en el Museo Arqueológico Nacional.

De aquella ciudad romana, que adquirió un «estatuto jurídico privilegiado como evidencian algunas inscripciones que mencionan cargos de la administración municipal» se han realizado otros hallazgos, como el mercado público de la ciudad o tres conjuntos termales. El último de los encontrados conserva sus tres salas: frigidarium (sala fría), tepidarium (sala templada) y caldarium (sala caliente) «con su suelo radiante», y junto a ellas una piscina «donde los usuarios podían tomar el baño buscando el alivio de sus enfermedades bajo la protección de la diosa Salus».

Torreparedones encierra otros tesoros, como el santuario de tradición ibera que se mantuvo vivo y abierto al culto durante la época romana, donde los fieles adoraban a una divinidad femenina «que debió ser famosa por los milagros que realizaba, según se puede deducir de los cientos de exvotos que los fieles depositaron allí como prueba de gratitud», subraya el arqueólogo municipal.

En la ciudad romana, que cuenta además con una puerta monumental ubicada en la parte oriental, se han descubierto dos zonas funerarias, entre ellas el denominado «mausoleo de los Pompeyos», que aparecieron en el siglo XIX. Se trata de una «tumba monumental en cuyo interior había hasta 14 urnas de piedra con los restos incinerados de una misma familia, algunos de cuyos miembros desempeñaron cargos públicos de relevancia».

El espacio que ocupó Torreparedones era muy extenso, de hecho se calcula que hasta la fecha solo se ha excavado un 8% de la ciudad, por lo que se siguen produciendo hallazgos. El último de ellos ha sido el anfiteatro, el lugar donde, por ejemplo se producían las luchas de gladiadores, y que está ubicado fuera de las murallas de la ciudad. El edificio se ha localizado mediante fotografías aéreas y prospecciones geofísicas, aunque por el momento no se han realizado catas para comprobar su estado de conservación.

Con todo, José Antonio Morena señala que Torreparedones, «un proyecto abierto que, año tras año, nos sorprende con nuevos descubrimientos», es un yacimiento único «en el que se puede viajar en el tiempo y recorrer las calles y edificios más emblemáticos de aquella urbe romana disfrutando, a la vez, de la belleza del paisaje que se divisa desde su elevada altitud».

Las cisternas de Monturque

Monturque cuenta con un ejemplo muy representativo de las infraestructuras que construyeron los romanos en la actual provincia de Córdoba. Se trata de una obra hidráulica, unas cisternas encontradas de manera casual en 1885 cuando, con motivo de una epidemia de cólera, «hubo necesidad de ampliar el pequeño cementerio que existía en el cerro, junto a la iglesia», según un informe municipal elaborado a partir del estudio Historia de Monturque desde los orígenes al final de la Edad Media, de Pedro J. Lacort Navarro, Luis Alberto López Palomoy José Luis del Pino García.El informe señala que en aquella época «se procedió, de manera totalmente desordenada, a su limpieza» y, aunque hubo varios hallazgos arqueológicos, no llegaron a estudiarse y se perdieron.

La función que desempeñó esta construcción romana ha sido objeto de debate y entre sus usos se han barajado varias hipótesis, como termas, cuartel o catacumbas, aunque, según los autores del estudio, se trata, finalmente, de unas cisternas para almacenar agua, probablemente de lluvia. La construcción, capaz de albergar 850.000 litros de agua, es de planta rectangular, está formada «por tres naves o galerías paralelas, orientadas en sentido norte-sur, separadas por muros y cubiertas con bóvedas de medio cañón». Cada una de estas naves se divide en cuatro cámaras, también de planta rectangular, comunicadas entre sí mediante pequeñas puertas rematadas por arcos de medio punto. Además , en Monturque se han localizado otras ocho cisternas, aunque de menor tamaño.

Villa de Fuente Álamo

A muy poca distancia del casco urbano de Puente Genil se encuentra la Villa de Fuente Álamo, un imponente ejemplo de casa rural en la Bética. Construida en el siglo III d.C., alcanzó su mayor momento de «esplendor y lujo» a finales del siglo VI y principios del siglo V, según los datos que ofrece el Ayuntamiento de la localidad.

En la villa, muy bien conservada, se encuentran varios mosaicos «considerados únicos en Hispania» y «ejemplos únicos en todo el imperio romano», como los dedicados al dios Baco o el mosaico de Las Tres Gracias.

La arquitectura de la villa viene marcada por la presencia de un arroyo, Fuente Álamo, en cuyas márgenes se distribuyen las distintas edificaciones. De hecho, la villa se asentó «sobre lo que en otra época fue un balneario público» que se alimentaban de las aguas del arroyo. En una de las márgenes del arroyo se encuentra la zona destinada al almacenamiento, «que en el caso de Fuente Álamo probablemente fuera de vino y aceite», mientras que en la otra margen, al sur, hay «una estructura en excepcional estado de conservación», aunque parte de ella se encuentra soterrada. En esta parte se conserva «el único aula tetraconque que se conoce en la Bética», un edificio con un espacio central cuadrado rematado en sus lados por ábsides semicirculares con un mosaico en el que el protagonista es el río Nilo. Y muy cerca de allí se localizan las termas, de la que se conserva la sala caliente. Con todo, tanto esta villa como la Campiña son la imagen viva del esplendor de la Bética.