memoria del pasado

La Arruzafa, el jardín del emir

Hace 63 años abrió sus puertas el parador construido por el Estado en la falda de la Sierra, donde Abd al-Rahman I tuvo su residencia

Paraje de La Arruzafa antes de la construcción del parador.

Paraje de La Arruzafa antes de la construcción del parador. / Ladis

Francisco Solano Márquez

Francisco Solano Márquez

Uno de los problemas a los que se enfrentó a comienzos de los años cincuenta el alcalde Antonio Cruz Conde fue la falta de hoteles en los que alojar a los visitantes. La Junta Provincial de Turismo ya alertaba en junio del 51 que la capacidad de alojamiento en Córdoba era inferior a «los numerosos contingentes de turistas que nos visitan». Así que el alcalde impulsó la creación de dos grandes hoteles, uno de iniciativa privada y otro público. El primero fue el Córdoba Palace, que la cadena Hotursa, propiedad del empresario José Meliá, construyó en tan solo once meses en una parcela de 2.592 metros cuadrados ofrecida por el Ayuntamiento. Se inauguró el 23 de febrero de 1956 y fue demolido en 2006, cincuenta años después. El segundo hotel, de iniciativa pública, fue el parador de La Arruzafa, cuya construcción se inició en agosto del 54 pero no abrió sus puertas hasta la Semana Santa de 1960.

Gesto del Sindicato

La Empresa Nacional de Turismo había pensado construir en Córdoba uno de los hoteles que pretendía crear con capital público, a condición de que la ciudad aportara los terrenos. En las tertulias de café se barajaron como posibles emplazamientos la huerta del Alcázar y los jardines de la Agricultura, pero la autoridad municipal optó por situar el hotel fuera del casco urbano y eligió la finca La Arruzafa, «un paraje delicioso, en plenas estribaciones serranas, con agua suficiente y con abundante arbolado», como decía este periódico. 

En un principio no se construyó la piscina porque al ministro de Turismo le parecía un "atentado a la moral"

A mediados de 1953 ya estaba ultimado el proyecto del nuevo hotel, redactado por el arquitecto Manuel Sáinz de Vicuña. Por entonces La Arruzafa era propiedad del Sindicato de Iniciativas y Turismo, cuyo presidente, José Navarro Moreno -prestigioso médico otorrino-, alentó a los socios, en asamblea celebrada en junio de 1953, a cederla «como gesto de cordobesismo» y todos los asistentes asintieron. La cesión a la Dirección General de Turismo se formalizó el 1 de octubre del mismo año. Cuatro meses después salió a subasta la construcción, que se adjudicó a la empresa madrileña Trueba en la cifra de 14 millones de pesetas. Y, por fin, en agosto del 54 se iniciaron las obras, al tiempo que se demolía una antigua fonda.    

En la actualidad: exterior del parador con una vista parcial del campo de golf en primer término.

En la actualidad: exterior del parador con una vista parcial del campo de golf en primer término. / Francisco González

El desarrollo de las obras sufrió algunos retrasos motivados por problemas de cimentación y falta de cemento. Por si fuera poca adversidad, durante la construcción se produjo un lamentable accidente laboral al ceder una estructura, que costó la vida al albañil Luis Pedraza García, de 48 años, y ocasionó también seis heridos. En su última fase las obras sufrieron dificultades económicas que las retrasaron. Para solventarlas, en agosto del 57 se aprobó un crédito de tres millones de pesetas, cantidad que sería insuficiente porque a mediados de octubre aseguró el alcalde en estas páginas que «se han vencido las dificultades económicas que existían para que sea terminado definitivamente el parador de turismo» gracias a un crédito de 8 millones destinado a atender lo que aún quedaba por realizar. 

Todo ello retrasó la apertura del nuevo hotel, que se había previsto para la primavera del 57. Pero aún quedaba por contratar mediante concurso el mobiliario y la decoración por importe de 5,6 millones de pesetas, así como la urbanización de los accesos, aprobada en la primavera del 59. El Ayuntamiento, por su parte, había pavimentado con adoquines de granito -como aún está- el antiguo Camino de las Ermitas, actual avenida de La Arruzafa.

Abrió sin piscina

Finalmente el parador abrió sus puertas en abril de 1960, coincidiendo con la Semana Santa, fecha en que, según la Hoja del Lunes, «los turistas han ocupado todas las habitaciones». Y como según el sabio refranero es de bien nacidos ser agradecidos, el primer acto que celebró el Ayuntamiento allí fue la entrega de diplomas de gratitud a los socios del Sindicato de Iniciativas y Turismo, que habían cedido su propiedad al Estado.

Alzado del proyecto, de Sáinz de Vicuña.

Alzado del proyecto, de Sáinz de Vicuña. / Ladis/Ricardo/Archivo Municipal de Córdoba

Este periódico informó entonces de que el nuevo hotel tenía 56 habitaciones dobles «con terraza, baño, teléfono, radio y aire acondicionado», y entre las instalaciones comunes contaba con un amplio comedor, dos espléndidos salones, salón de lectura, bar, terraza y jardines, en los que se había cuidado «salvar el arbolado existente, que constituye un excelente huerto de naranjos».

Sin embargo, el parador no estaba totalmente terminado, pues quedaban por construir la piscina y las pistas de tenis. En el caso de la piscina el retraso fue motivado por la negativa del ministro de Información y Turismo, Gabriel Arias Salgado, para evitar que las mujeres se expusiesen en bañador. Como afirma Cruz Conde en sus memorias, «fue la última batalla que hubo que librar con el ministro para llevarla a cabo, en esta ocasión por sus escrúpulos ante lo que pudiera ser atentado a la moral y relajación de costumbres». ¡Cómo hemos cambiado! Tras el cese del ministro en julio del 62 sus escrúpulos morales dejaron de ser un obstáculo para la construcción de la piscina, como ya la tenía el hotel Córdoba Palace desde su apertura en el 56.  

Como aún hoy, era costumbre generalizada inaugurar lo nuevo, fuese un hotel, un aeropuerto o un mero comercio, ceremonia que incluía entonces la bendición religiosa por el obispo u otra autoridad eclesiástica y la asistencia de primeras autoridades, sin que faltasen los discursos ni la copa de vino entendida como aperitivo o tapeo. A esa costumbre no escapó el parador y su inauguración oficial, aunque discreta, tuvo lugar el 19 de noviembre de 1960, aprovechando una visita de Franco, que desde entonces se alojaría allí cuando bajaba a Córdoba en visitas oficiales o para participar en monterías en Sierra Morena.  

El edificio, en fase avanzada de obras.

El edificio, en fase avanzada de obras. / Ladis/Ricardo/Archivo Municipal de Córdoba

Por cierto, en una de sus visitas privadas, ya a mediados de los años sesenta, Franco pernoctó en La Arruzafa y al bajar de su habitación prefirió la escalera en lugar del ascensor. Momentos después lo utilizaba Enrique Silvela, alto cargo de la empresa estatal gestora de los paradores, sufriendo un accidente que le causó una importante lesión de tobillo y lo tuvo inmovilizado bastante tiempo. Lo cuenta Cruz Conde en sus memorias y concluye afirmando que «no se llegó a saber si había existido algún intento de atentado o fue sencillamente un accidente fortuito».

Recreo de Abd al-Rahmán I

La elección del lugar fue acertada, pues el primer emir omeya de Córdoba, Abd al-Rahmán I el Inmigrado (731-788), de convulso reinado, llegó aquí en el 756 huyendo de la matanza de su familia en Damasco por los abasidas. Mientras edificó su alcázar en la urbe, residió en una finca de recreo que bautizó como al-Rusafa (el jardín), nombre que tomó del palacio sirio de su abuelo el califa Hisham II, en el que había crecido. 

Fachada posterior, una vez acabado el inmueble.

Fachada posterior, una vez acabado el inmueble. / Ladis/Ricardo/Archivo Municipal de Córdoba

Es el episodio más conocido sobre los orígenes del lugar, pero detrás del parador hay más historia. La intento resumir partiendo de la documentada web https://arruzafa-cordoba.webnode.es/paseos/, que ofrece una interesante y bien estructurada información sobre el lugar, acompañada de excelentes ilustraciones. Aunque en la web no figura el nombre de su autor, se ha identificado a través de la opción «contacto» de su página, y es el catedrático de Veterinaria Rafael Gómez Villamandos, que desde su modestia de «simple aficionado», como dice, brinda una excelente información, propia de un investigador serio. 

Vicisitudes históricas

El palacio fue destruido en el 1010 por Wadih, defensor del califa cordobés Hisham II. Tras la conquista de Córdoba en 1236, los terrenos le correspondieron a Fernando III, que donó parte de la finca a Juan de Funes, primer Señor de la Albaida, más tarde heredada por Alfonso XI, que la donó a su amante Leonor de Guzmán, quien, a su vez, en 1342 la permutó a la diócesis por la villa de Lucena. Aunque los extensos terrenos se fueron disgregando, en el siglo XV los reunificó en gran parte Pedro González de Hoces, quinto Señor de la Albaida. Su familia cedió una parte para la fundación de un convento franciscano, que en el siglo XVI ocupó la rama recoleta de dicha orden. En 1581 ejerció allí como maestro de Novicios el futuro patrono de Montilla, san Francisco Solano (Montilla 1549-Lima 1610), que tiene dedicada una calle en el cercano Brillante. El cenobio perduró hasta la desamortización de 1836. Según Gómez Villamandos, de allí procede la estatua de San Rafael que preside la puerta principal del cementerio del mismo nombre así como una de las campanas de la parroquia de San Miguel.  

Antonio Cruz Conde con los donantes de los terrenos, en abril de 1960.

Antonio Cruz Conde con los donantes de los terrenos, en abril de 1960. / Ladis/Ricardo/Archivo Municipal de Córdoba

Desaparecido el convento, adquirió el edificio el hostelero Juan Rizzi para transformarlo en fonda, que más tarde vendió a los hermanos Puzzini, propietarios del famoso Hotel Suizo que estuvo en las actuales Tendillas. En 1898 adquirió la fonda la sociedad Carbonell, que la mantuvo hasta 1947, en que la compró el Sindicato de Iniciativas y Turismo, que finalmente la cedió al Estado, como se ha dicho. 

Abrió sus puertas en la Semana Santa de 1960 y los turistas ocuparon todas las habitaciones

Muchos de los deportistas que hoy juegan al golf en el mediano campo recién construido por el parador al pie de su parcela no sospechan que en aquel entorno Abd al-Rahmán I plantó la primera palmera de al-Andalus, a la que dedicó un nostálgico poema, una de cuyas versiones dice: «Tú también, insigne palma, / eres aquí forastera. / […] A ti de mi patria amada / ningún recuerdo te queda; / pero yo triste no puedo / dejar de llorar por ella».

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