REPORTAJE

El 'sanador' de automóviles

Ildefonso Ramírez lleva media vida entregado a su pasión, la de restaurar coches antiguos y también motos, que además colecciona

La colección de automóviles clásicos de Ildefonso Ramírez

A.J.González

Araceli R. Arjona

Araceli R. Arjona

Ildefonso Ramírez tiene un don. Hay quien es aficionado a la mecánica, quien se dedica al coleccionismo y luego está él, que lleva media vida entregado a rescatar automóviles antiguos, la mayoría muy deteriorados, mutilados y enfermos para, con sumo cuidado y celo, restaurarlos con sus propias manos, hacerlos andar de nuevo y devolverlos a la vida. Si no hubiera tenido la precaución de fotografiar la evolución desde el estado inicial en el que llegaron a él los coches que atesora, ahora relucientes, inmaculados y listos para circular, parecerían haber sido tocados por una varita mágica.

Ildefonso nació en un pueblecito de Jaén, Fuerte del Rey, donde creció y estudió por correspondencia para ser delineante, aunque siempre le gustó aprender junto a su padre el noble oficio de la carpintería. De hecho, según relata, siendo casi un niño obtuvo el título de campeón de España en el concurso nacional de Rama y Corcho. Acabados sus estudios, decidió dejar el pueblo y buscar su futuro en una ciudad. Se decidió por Córdoba porque aquí vivía «un señor de Logroño», que vendía ataúdes, y al que conocía porque durante años le talló en madera los cristos que luego él colocaba en las cajas. Se llamaba Ovidio Fernández y él fue su contacto cuando se instaló en Córdoba. La historia de Ildefonso es la de un hombre hecho a sí mismo. No hay más que ver que sus manos, labradas por el trabajo duro.

Listo para salir 8 A bordo del coche con matrícula número 4 de Córdoba.

Ildefonso comprueba las medidas del marco de una puerta. / A. J. GONZÁLEZ | FRANCISCO GONZÁLEZ

Espíritu emprendedor, cuando llegó a Córdoba, en lugar de buscar un puesto como delineante, montó un taller de carpintería, aprovechando su talento manual y los conocimientos sobre planimetría adquiridos en su formación. Así empezó a trabajar fabricando y reparando muebles para las tiendas y, más tarde, montó su propia fábrica de muebles de cocina, Mercelú, antes de fundar la constructora familiar, que ahora gestiona junto a sus hijos.

Hispano Suiza 8 Utilizado para transporte de viajeros.

Cuida los detalles también del interior. / A. J. GONZÁLEZ | FRANCISCO GONZÁLEZ

La afición por los coches le llegaría más tarde, hace unos 35 años. Su primer vehículo de transporte fue un Renault 4/4, el primer modelo de la marca francesa del rombo fabricado en España y que supuso una revolución para las familias similar a la del Seat 600. Su inmersión en el coleccionismo, sin embargo, llegaría tras la adquisición de un Ford Cuba que desmontó de arriba a abajo para restaurarlo y venderlo después. «Tardé casi dos años porque yo no tenía ni idea de mecánica y tuve que informarme y preguntar mucho, pero luego vi que podía ser un negocio y, poco a poco, me enganchó la afición y, sobre todo, la restauración». Y es que salvo la parte eléctrica, que a veces se le resiste, confiesa, Ildefonso restaura todo lo demás, de dentro a afuera. «Los coches antiguos no son como los de ahora, ni en la parte mecánica, ni en la carrocería», explica, «Tienen una estructura de madera sobre la que se encaja la chapa y el resto de elementos de la carrocería», añade. Esta actividad se convirtió así en una afición a la que Ildefonso dedicaba las horas que no estaba trabajando para resucitar todo tipo de automóviles que localizaba arrumbados en cortijos de Andalucía y con el tiempo y el tesón a través de conocidos y amigos que les daban cuenta de coches en venta localizados en los lugares más insospechados de la geografía mundial. Así, su colección está compuesta actualmente nada menos que por 64 coches antiguos y otras tantas motocicletas de todas las marcas más señeras.

El antes y el después 8 Evolución de un coche, en fotografías.

Hispano Suiza utilizado para transporte de viajeros. / A. J. GONZÁLEZ | FRANCISCO GONZÁLEZ

«Nunca he restaurado ningún coche para nadie; los que arreglo se quedan conmigo o, en algún caso, he regalado alguno, pero no trabajo para nadie aunque me lo han pedido muchas veces», comenta sincero. Rodeado de su vasta familia automovilística, afirma no tener favoritos y guarda en la memoria la historia, la procedencia y el año de fabricación de cada uno de ellos como si se tratara de sus propios hijos. «Normalmente, trabajo en dos coches o un coche y una moto simultáneamente porque si te falta una pieza, mientras la encuentras puedes ir avanzando con lo otro». En este momento, está centrado en recuperar un Packard descapotable de 1937, instalado en una nave que bien podría ser la clínica de cirugía estética para sus coches. «Éste me llegó de América después de que un amigo lo localizara y llevo cuatro meses con él», señala mientras trajina con la estructura de las puertas y explica el valor de la guantera y el salpicadero que pronto tendrá que reinstalar». Con lo que más disfruta es con la madera, y lo más complicado es el arreglo de la chapa. «Todas las piezas originales que se pueden conservar, se arreglan si están mal y se colocan otra vez», dice. Para él, el motor de cualquiera de sus coches no tiene secretos. «Una vez que has desmontado uno, puedes desmontar cualquiera porque son muy parecidos, el corazón de estos coches es el cigüeñal», señala. «Yo lo hago todo, no quiero ayudantes porque me quita mucho tiempo tener que enseñar cada cosa que hago; yo voy a lo mío y me cunde más», añade. No hay tiempo que perder viendo el taller lleno de motocicletas por restaurar; aún tiene mucho trabajo por delante. «En la pandemia, he arreglado tres motos Guzzi», explica, al tiempo que muestra dos flamantes Vespa, una de ellas con sidecar de los años 50 que parecen recién salidas de fábrica.

Artículos de museo 8 Flamante Ford T rojo.

Evolución de un coche, en fotografías. / A. J. GONZÁLEZ | FRANCISCO GONZÁLEZ

En el garaje, donde duermen unos 50 de sus coches, se encuentra el más antiguo de los que posee y el automóvil considerado «más viejo del mundo». Pese a su longevidad, luce impecable de un color amarillo espectacular y está matriculado en Córdoba con el número 4. Alguna vez ha sido expuesto en la ciudad. Se trata de un De Dion-Bouton de 1884, fabricado «mucho antes de que Henry Ford entrara en el negocio de los coches y un año antes de que Daimleer y Benz construyeran su primer automóvil experimental», reza su ficha técnica. Aunque llegaron a él en estado catatónico, todos sus coches andan y han participado en algún rally conducidos por él, incluido la Marquise, como se conocía a este coche.

Buick azul 8 Perteneció a un embajador americano.

Flamante Ford T rojo. / A. J. GONZÁLEZ | FRANCISCO GONZÁLEZ

Caminando entre los estrechos pasillos que dejan los coches aparcados, impresiona encontrarse con vehículos como los cuatro Hispano Suiza que conserva, uno de ellos un flamante autobús de época localizado en Peñarroya-Pueblonuevo que servía para llevar a los funcionarios a la oficina.

Uno de los modelos que más se encuentran en su colección, una docena y cada uno distinto al otro, son los Ford T, de principios del siglo pasado. «Son los primeros coches que se fabricaron en serie y no hay muchos en España porque conducirlos es muy complicado; los cambios de marcha están en los pies», señala, antes de recordar una anécdota. «Una vez vino un delegado de Ford de Madrid a ver mis coches y hubo uno que le encantó y quiso comprármelo. Yo le dije que no estaba en venta, pero que si era capaz de dar una vuelta con él, se lo regalaba y si no, él me tenía que dar a mí otro. Yo se lo arranqué, pero antes de montarse, un compañero le recomendó que no lo hiciera porque no iba a ser capaz y aquí sigue». Él, confiesa, aprendió a conducir los Ford T «probando y dándome porrazos y con lecciones de Carlos del Val», de Andújar, otro amante de los coches que también restauraba sus automóviles y que llegó a ser campeón del París-Dakar.

En restauración 8 Ahora mismo trabaja en este Packard de 1937.

Buick azul que perteneció a un embajador americano. / A. J. GONZÁLEZ | FRANCISCO GONZÁLEZ

Uno de los rincones de su garaje está dedicado a los Rolls Royce, entre los que destaca un Camargue que, según Ildefonso, perteneció a la Reina Isabel de Inglaterra y que consiguió gracias a la intervención de su amigo Del Val, muy relacionado con las altas esferas. «Es de 1978 y fue el modelo más caro de la marca porque solo se hicieron 220 coches», especifica. También tiene otro que encontró en muy mal estado y cuya carrocería sustituyó de cero por madera de caoba y ébano tras hacer el plano partiendo del original. Una pasada.

Ildefonso Ramírez, en el De Dion-Bouton amarillo de 1884.

Ahora mismo trabaja en este Packard de 1937. / A. J. GONZÁLEZ | FRANCISCO GONZÁLEZ

Puede que el más grande de los coches que conserva sea un Buick, de 12 cilindros, azul, que compró «hecho polvo» en Madrid a un embajador americano. El más moderno, un Packard del 2008 que llegó a la familia hace tres años. «Es un vehículo muy especial que hizo Linko como homenaje a Packard y del que se fabricaron solo doce coches, uno de ellos éste». No ha sido restaurado, «está perfecto y es una maravilla», asegura.

Un proyecto pendiente

¿Y qué pasará con el fruto de tanto trabajo? El sueño de Ildefonso es montar un museo que albergue todos sus coches. «Es una pena que no se puedan ver, hay muchos aficionados a los que les encantaría», explica. En el pasado estuve en conversaciones con el Ayuntamiento para darle contenido al que iba a ser el Museo del Motor, en los bajos del Arcángel, pero aquello se paró y ya nunca más se supo.