ACOGIMIENTO permanente y especializado

Marcos y Araceli, padres de acogida: "Cuando ven que eres una figura definitiva se tranquilizan"

La familia de Marcos y Araceli, con un hijo biológico, tiene un miembro más.

La familia de Marcos y Araceli, con un hijo biológico, tiene un miembro más. / MANUEL MURILLO

Araceli R. Arjona

Araceli R. Arjona

Marcos y Araceli son padres de un hijo biológico y desde hace tres años acogen de forma permanente a otro niño. El pequeño, al que han convertido en uno más de la familia, tenía problemas de conducta y había pasado por varios hogares antes, pero no había encajado en ninguno y siempre volvía al centro de menores. Según Araceli, ese entrar y salir de distintas casas le hizo desconfiar de todos y «había llegado a perder el concepto de madre y de familia como el sitio seguro y estable en el que te aceptan y te quieren». Por eso, cuando la cosa iba mal, enseguida pensaba que lo iban a devolver. Cuando llegó hasta ellos tenía más de nueve años. En ese tiempo, había vivido mucho y, como dicen Marcos y Araceli, «estaba dañado».

La necesidad de comprenderlo y ayudarlo y el compromiso establecido desde primera hora con el acogimiento y con el menor les llevó a formarse y a recibir ayuda especializada para encauzar la conducta del chico, que con mucha paciencia, amor y tesón ha logrado recuperar la alegría. «El deporte le ha ayudado mucho a aprender a respetar, a trabajar en equipo, a confiar en el otro», afirma su padre de acogida, que destaca no solo la capacidad de adaptación de él sino la de su hijo biológico, que tuvo que hacer «un acto de generosidad a la altura de muy pocos».

La decisión de acoger fue algo meditado en el seno de la familia. Después de superar una enfermedad grave, Araceli quiso devolver de algún modo su suerte a otra persona y planteó esta opción a su marido y a su hijo, que «estuvieron desde el primer momento dispuestos a hacerlo». Querían cambiar la vida de una persona, mejorarla, pero no sabían que sería tan complicado. «Tú crees que vas a hacer algo bueno y que con eso basta, pero no es tan sencillo, te tienes que adaptar al niño porque no puedes ayudar a alguien que igual no quiere que le ayudes», comenta sincera, «cuando ven que eres una figura definitiva se tranquilizan». Para que no lo olvide, en su cuarto hay un cartel que le recuerda: «No es que no te quiera, es que no te entiendo».

Padre y madre coinciden en destacar que a diferencia de la educación de un hijo biológico, «al que educas sin que nadie te oriente, intentando hacerlo lo mejor posible», en el caso de los niños de acogida «la situación es distinta porque hay muchas personas detrás a las que puedes pedir ayuda y que te asesoran para que sepas cómo actuar en cada momento». Es «otro tipo de maternidad», señala. Pese a todo, coinciden en que «no es una tarea fácil, ni para ti ni para el niño, pero sí muy gratificante y te enseña a ver la vida de otro modo, incluso diría que te hace mejor persona». Pasado el tiempo, Araceli cree que gracias al acogimiento «todos nos hemos reeducado un poco». Las renuncias que hayan supuesto este paso les ha merecido la pena con creces, a juzgar por el convencimiento con que explican lo que viven.

Siempre han tenido muy claro también que el acogimiento familiar no es una adopción. Incluso en la modalidad permanente, la principal diferencia es que mientras en una adopción el menor se convierte en hijo legal de los padres adoptivos, en el acogimiento la Junta de Andalucía mantiene la tutela y es frecuente además que los niños mantengan el contacto con sus progenitores o con otros familiares biológicos. En su caso, ellos y las familias de acogida que tienen a los hermanos del pequeño se reúnen de vez en cuando para que no pierdan los lazos filiales entre ellos.

Cuando hizo la Comunión, recuerda Marcos, dio un discurso «emocionante» que dejó a todos boquiabiertos. «Dijo que había perdonado a sus padres biológicos y les agradecía la oportunidad que les habían dado de alguna forma de llegar a conocer realmente lo que es una familia», recuerda. A día de hoy, su agresividad y su desconfianza se han esfumado y ha surgido una persona con valores. «Ha habido un antes y un después, ahora es otro niño, sabe convivir, es muy cariñoso, educado, le encanta el deporte y se lleva muy bien con su hermano», comenta Marcos, a lo que Araceli añade sin dudar que han tenido suerte de tener un hijo, el suyo biológico, «muy especial y muy empático».