Emilia Romero es madre de tres hijos y lleva cinco años acogiendo a menores. «Yo vivo sola, soy viuda y tengo 58 años, siempre había querido solicitar un acogimiento, pero mi marido decía que si lo hacíamos íbamos a sufrir cuando se fueran», recuerda, «cuando falleció, con mis hijos ya grandes, sentí que tenía mucho que dar y que podía hacer algo en la vida, así que me decidí a acoger». Acudió entonces a las asistentas sociales y le pusieron en contacto con la entidad, donde se informó del proyecto. «El proceso de idoneidad tardó más de un año», comenta, «tenía ganas de empezar, ningún niño debería estar en un centro de menores, todos necesitan un hogar y una familia». Cuando por fin recibió el visto bueno, tardó una semana en recibir al primer niño. Sus características familiares la hacían idónea para el acogimiento de urgencia, que atiende a menores de 0 a 6 años. Transcurridos los seis meses de máximo previstos para este tipo de acogimiento, sin que se hubiera resuelto aún cuál iba a ser el destino del niño, Emilia se ofreció al acogimiento temporal mientras se solucionaba su situación. «Me parecía que era una barbaridad, ya que estaba integrado en casa, que tuviera que ir a otro sitio, y al final estuvo dos años y medio con nosotros (sus hijos son parte activa del equipo que han formado para atender a los pequeños)», comenta. Transcurrido ese tiempo, Protección de Menores culminó el proceso de adopción que le ha dado un hogar definitivo. «No es habitual, pero aún mantengo comunicación con él, lo llamo para su cumpleaños y me informan de cómo va, ya que en este caso los padres adoptivos no quisieron romper el vínculo», señala.

Según Emilia, «cuando se van es triste, pero a la vez sientes la satisfacción de saber que su futuro va a ser mejor y entonces te quedas tranquila, yo disfruto mucho con ellos». «Una vez, cuando fui a la sede para recoger a una niña me encontré a una abuela y me preguntó que qué sentía yo acogiendo a estos niños y yo le dije que cuando entran en mi casa y durante el tiempo que están forman parte de la familia en todos los sentidos y es así, son uno más», afirma convencida. 

Ahora tiene en casa a dos niñas. «Llegan muy faltos de cariño, te dan muchos besos y a mí me llaman todos mami porque son muy pequeños y oyen a mis hijos llamarme así, y ellos te llaman igual aunque yo les digo que yo soy mami y que luego está su mamá». 

Según Aproni, Emilia es un ejemplo de familia monomarental «que entiende perfectamente el recurso y está siempre disponible para urgencia y abierta a las visitas de los menores con sus familias biológicas». 

Recomienda a las familias que se interesen por el acogimiento teniendo siempre en cuenta que «estos niños no son de tu propiedad, tú les tienes que dar educación, aseo, valores, cariño como si fueran tus hijos y llegado el momento, dejarles marchar con su nueva familia». En el acogimiento de urgencia, los menores son de edades muy cortas por lo que asegura que «no son problemáticos para nada, pese a que algunos vienen con historias fuertes de abusos y malos tratos». 

Recuerda que el primer niño al que acogió estaba asustado al principio y se escondía y agachaba la cabeza cuando veía a cualquier hombre. «Cuando se fue era un torbellino, otro niño distinto, feliz y contento, se adaptó a todo fenomenal». Lo mejor de la experiencia, en su opinión, «es ver la evolución tan grande que tienen, la enorme capacidad de adaptación que tienen, ver cómo van cambiando y cómo recuperan la sonrisa y la alegría poco a poco». 

Esposa y madre de médicos, entiende su función como una especie de rehabilitación física y mental de los niños a los que acoge, que reciben además atención especializada de logopedia o fisioterapia si lo necesitan a cargo de la Junta de Andalucía. Sus hijos entendieron perfectamente la inquietud de su madre y colaboran estrechamente en todo lo que necesita. «Tengo un hijo médico, una profesora y otra hija que estudia odontología en Sevilla y ellos son como hermanos mayores de los pequeños, todos aprendemos».