La mirada de José Manuel, con 10 años, se pierde este viernes en los giros, las luces y la imagen de unas atracciones que tenía grabada. Cuando las primeras máquinas aparecieron en el recinto, esperaba cada día a que su padre, Manuel, llegara del trabajo para ir a ver el montaje. Faltaba poco, después de que el coronavirus dejara vacío El Arenal, para volver a escuchar a los cacharros suspirar entre risas y recuerdos en formación. «No ha faltado en venir aquí a ver cómo montaban la feria», cuenta su madre, Aurora. Una vez allí, guía a sus padres hacia el «ala delta» y más tarde, probablemente, hacia cada uno de los aparatos.

Antes que José Manuel, Aurora y Manuel, miles de personas habían cruzado los cuatro accesos a la calle del Infierno, donde hasta 157 puestos han abierto para rememorar la feria que, antes de la pandemia, hacía latir a Córdoba en mayo. Sobre las 18.30, con un poco de retraso, la seguridad ha retirado las vallas para que las colas, compuestas especialmente por adolescentes, se repartieran entre las diversas opciones para divertirse. Y no lo han hecho despacio. En la segunda puerta se ha librado una carrera entre el camino trazado por las vallas para llegar los primeros a la atracción deseada. Mientras unos han esperado, a los otros han visto dar vueltas en el aire, mirar Córdoba del revés o chocar en los coches. 

Controladores en las entradas

Por la primera puerta, cerca de la portada de la feria, ha entrado casi un millar de personas en apenas 15 minutos, como han podido comprobar los controladores mediante el sistema de recuento. Más de dos centenares lo han hecho por la segunda. Y las otras han quedado casi relegadas al olvido por su lejanía. Pero la fiesta ha empezado antes. En las mismas filas, cualquier amago de sonido, cualquier nota de una canción conocida ha hecho saltar la chispa en el ánimo.

Una de las atracciones del 'Arenal Park'. FRANCISCO GONZÁLEZ

Estas ganas se han materializado en un respiro cuando, en las tripas del Vive Park, los dueños de las atracciones han visto asomar las manos por las ventanillas para pedir entradas. Porque, como asegura José Romero -más conocido como «el macareno»-, mantener un aparato como «El látigo» puede ascender a la decena de miles de euros. Y parar supone «una ruina». Solo una pandemia se ha interpuesto en los casi 70 años que lleva brindando diversión, primero con su padre, en la feria. Como dice Tomás, responsable de Multijuegos Ros Ortiz, la inversión del año pasado estaba hecha. Todo dispuesto para partir por la ruta andaluza. Y el virus truncó esa posibilidad. Lo que obligó a quienes se encargan del puesto a buscar en el campo o en otros trabajos la forma de sobrevivir a los meses baldíos de confinamientos.

El despliegue alzado hasta el cielo es signo de mejores tiempos, aunque detrás de la ilusión y los gritos de los más pequeños perviva la prudencia de unos padres que, ante todo, piden responsabilidad. Y, como expresan Macarena y Manuel, lo más importante ahora es la confianza para saber que el ocio puede ir acompañado de seguridad. Lo que puede conseguirse si «todos cumplen», tanto desde la organización como desde el público, para que la memoria de los niños no se quede sin feria.