Zumo de melocotón, dos cafés con leche y uno solo. Cinco y media de la tarde. Viernes. Ninguna de las personas que transitan por Cruz del Rastro puede imaginar que esos cuatro hombres que charlan plácidamente en la terraza del bar apenas se conocen, llevan años sin un hogar y viven a escasos metros, en la pensión Lucano, que les ha habilitado el Ayuntamiento de Córdoba durante la pandemia. Francisco viste elegante: camisa de rayas, zapatos marrones y reloj. El resto, más deportivos: vaqueros, sudadera y zapatillas de deporte. Les cuesta decidirse a pedir, como si midieran al milímetro cada gasto. Ninguno quiere dulces.

Plano detalle de una habitación de la pensión. JOSÉ JUAN LUQUE

Francisco, de 64 años, habla con mucha fluidez y desparpajo. El 26 de mayo del 2006 perdió su trabajo en la construcción y no ha vuelto a tener uno; solo ha cotizado ocho años. El 4 de abril del 2009 fue el último día que tuvo un piso. Ramiro, diez años más joven, mantiene su acento valenciano. Tiene kilómetros y disparidad de empleos: igual poda que vendimia. Alí es zapatero, pero a sus 51 años ha tenido que doblar la espalda en el campo: fruta, aceituna, vendimia… Su mujer y su hija viven en Marruecos. El mismo lugar del que salió Abdelhamid, 28 años, el más reservado, se gana la vida aparcando coches junto al centro comercial Eroski. «Algunos salen y ni saludan». Su día bueno es el sábado. «Puedo sacar 25 o 30 euros». Lo guarda para toda la semana: tabaco, café y llamar a casa. Sus padres y sus cuatro hermanos siguen en Marruecos.

Las cucharillas del café resuenan hasta que centran la conversación. Todos saben lo que es dormir en la calle. «Lo más duro es que miras para arriba, para el cielo, y no ves más que eso, cielo», comienza Francisco. «Y el semáforo», añade Ramiro. «No te relajas», continúa Alí. «Se echa de menos un baño donde poder asearte, afeitarte, levantarte, ir a hacer pipí... es lo más duro, muy duro, no puedes hacer tus necesidades básicas». «Y siempre estás alerta; yo me despierto cinco o seis veces por la noche», señala.

Francisco, Ramiro y Abdelhamid en la puerta de la pensión Lucano. JOSÉ JUAN LUQUE

Ahora, hospedados en la pensión Lucano, valoran cada metro cuadrado, incluso la ventana que da a un patio interior lleno de aparatos de limpieza. Es la habitación de Francisco, el único con individual: un armario con dos espejos, las maletas junto a él, y un escritorio que mueve para pintar con luz natural. «Después de comer me autoconfino y dibujo mientras escucho Radio 3». «La pone a un volumen perfecto para quedarme dormido», bromea Ramiro, pared con pared. Él comparte con un árabe y un español. En su escritorio hay plátanos, naranjas, sal, desodorante, galletas y papel higiénico; todo escrupulosamente ordenado. Aún así, prefiere sentarse en la cama para rellenar sopas de letras. «Yo me pongo Antena 3», desvela Alí, que convive con cuatro africanos. Su programa favorito es Pasapalabra. «¡Algunas veces acierto!», presume. «Y luego escucho el telediario. Cuando acaba dejo a mis amigos que pongan la película y cojo el móvil para llamar a mi familia». Tiene 14 hermanos. Francisco, dos, pero no se habla con ninguna. Ramiro, una.

Alí es el único con pareja. «Yo hice de novio a la fuga (ríe Ramiro); faltaban dos meses para casarme y me enteré de que me engañaba». «Es muy difícil tener novia», le consuela Abdelhamid. «A mí me gustaría tener algún día mi propia compañera -reconoce Francisco-. Pero no un amor fingido, quiero alguien de verdad». «Yo lo veo complicado porque no tenemos estabilidad». «Es bonito llegar a casa y encontrar a alguien», finaliza Alí.

Francisco es el único que tiene una habitación individual; una de sus aficiones es pintar. JOSÉ JUAN LUQUE

Salen los dulces. «Te lo agradezco, pero de verdad que no». «Yo me lo llevo para la noche». «¿Eso es para uno?».

Salen los sueños. Se entrecruzan los deseos. «¡Uy, encontrar un trabajo y un piso bueno!». «Un trabajo digno y una casa». «Un huerto». «Nosotros no nacimos en la calle, buscamos un futuro, pero te encuentras con todo muy difícil, no hay trabajo, no hay nada. Yo no voy a coger ni un hueso de aceituna si no me ofrecen alojamiento. ¿Cómo va a aguantar mi cuerpo si duermo en la calle?».

Refresca. Aún queda algo de chocolate en el plato. ¿Y si tuvieran a un político delante? «Yo le haría una pregunta: por qué no duerme usted una semana en la calle. Y después le preguntaría cómo la ha pasado, qué ha sentido, qué piensa de las personas sin hogar. Pero primero, una semana».

Se levantan a la vez. «¿Eso no os lo vais a comer?». «Yo no quiero más». «Venga, que estás flaco».