La huella de los cordobeses marca el camino del reencuentro entre una ciudad y la sierra que la vio nacer y crecer bajo su abrazo. El cemento ya firme del inicio del Cinturón Verde de Córdoba guarda los primeros pasos de un proyecto que respirará la identidad más natural de la ciudad y al que los cordobeses no podían esperar para entregarse. Las bicicletas ascienden por un brazo hasta Sierra Morena, los perros jadean bajo el sol y los caminantes desgastan las zapatillas frente a la atracción natural de un entorno que incita a no parar y a descubrir sus posibilidades desde su cercana lejanía. De repente, otros puntos de la ciudad -ya sea la ciudad califal de Medina Azahara, ya sea el Camino Viejo de Córdoba- se ofrecen, accesibles, a ser recordados. Un vecino, desde el barrio de Figueroa, lo comprobaba ayer. «Hacía falta ya algo así», exclamaba durante su paseo diario. «Por dentro de la ciudad no tiene gracia». Y confiesa: «Antes de que lo terminaran ya estábamos yendo todo el mundo por aquí». Para él, ya se ha hecho costumbre ascender hasta las Ermitas. Incluso avanzar más. Las Ermitas parece ser el destino de referencia para unos vecinos que, como Antonia, llevan meses caminando por el primer tramo del esperado Cinturón Verde.

«Yo llevo meses ya viniendo», decía. «Además, lo han señalizado muy bien». Y desde Las Palmeras hasta las Ermitas emprende un recorrido por el que, tras dejar atrás la Cañada Real Soriana -que conecta la ciudad con la entrada a la ruta- comienza a olvidar el ruido de la ciudad. «Pasean muchos matrimonios, mucha gente, está muy bien», contaba ayer. Tras la hora del café, los vecinos, como una corriente ligera, van poblando el sendero. Eso sí, como advierte Antonia, «deben cuidarlo». «Las cosas hay que tenerlas limpias y mantenerlas, porque esto es un paseo muy bonito», insistía.

Señalización del Cinturón Verde. MANUEL MURILLO

En la Puerta Verde de la Vereda de Trassierra, con el manso canal del Guadalmellato a un lado, la sierra se agranda paso a paso. Atrás, las nuevas edificaciones de Figueroa desaparecen. Y la Morena comienza a colmar de verde los ojos. Las huellas del tráfico se pierden en la última carretera, justo antes de comenzar el ascenso. Ya en la Vereda de las Ermitas, la ciudad es un reflejo silencioso entre acebuches y encinas. Y el puente de madera, en la parte más elevada del camino, suena como un eco en las voces de los primeros cordobeses que han conquistado el nuevo camino. «Vamos a ir el domingo otra vez», confesaba Antonia. Quizás sea el Cinturón Verde quien ha conquistado a los cordobeses.