La historia del mundo, además de poder conocerse por manuales y estudios, queda patente en manifestaciones cotidianas del arte y la arquitectura. El doctor en Ciencias Biológicas por la UCO Miguel Ángel Núñez ha publicado una guía didáctica que muestra la diversidad de fósiles que se encuentran incrustados en los muros de la Mezquita Catedral La mayor parte de los sillares empleados en la construcción del templo fueron tallados en rocas calcareníticas que fueron extraídas de diferentes canteras de la Sierra de Córdoba, como las de Santa Ana, en la Albaida. Dado que durante el Mioceno Superior, hace unos 10 millones de años, la Sierra cordobesa formaba parte del litoral de un gran golfo del océano Atlántico, son muchos los restos de seres marinos que quedaron entre las rocas y se fosilizaron con el paso del tiempo.

Este golfo limitaba al norte con Sierra Morena y al sur con las Sierras Subbéticas. Estas rocas calcarenitas fosilíferas del Mioceno Superior se formaron a base de arenas cementadas con calcita y ricas en restos de organismos previamente triturados por el oleaje. Destaca el experto que además existen otras rocas, como las calizas cámbricas (de más de 500 millones de años), que contienen fósiles de arqueociátidos, que también fueron sido extraídas de la sierra para ser utilizadas en la construcción de Córdoba.

«Con esta guía pretendemos llamar la atención sobre otro más de los múltiples aspectos que pueden estudiarse en la Mezquita Catedral y colaborar así en la difusión entre la ciudadanía de los valores de uno de los monumentos vivos más antiguos de la cultura occidental», señala.

El libro nos conduce por los muros del monumento, en los que se halla una amplia representación de la fauna marina que vivía en este ambiente litoral de hace unos diez millones de años: foraminíferos, briozoos, braquiópodos, bivalvos, equinodermos, anélidos, escafópodos…

Miguel Ángel Muñoz resalta que todos los fósiles pueden resultar muy llamativos para el visitante, aunque destaca con interés los erizos marinos del entorno de la puerta del Sabat y los braquiópodos -terebrátulas de la esquina sudoriental del templo, por su fácil localización. Según explica, estos fósiles no son los únicos que se pueden encontrar en la piedra de las edificaciones cordobesas: «Las canteras de estas rocas fosilíferas han abastecido de material constructivo a la ciudad desde la antigüedad. Los lienzos de muralla romanos, islámicos y medievales cristianos, la torre de la Calahorra o las iglesias fernandinas son buenos exponentes de este uso secular», matiza.

Al autor no le cabe la menor duda de que la observación detallada de estos fósiles puede convertirse «en un apasionante viaje al pasado». Y es que, según revela, en los muros de la Mezquita Catedral se puede admirar una curiosa y excitante paradoja: el mayor monumento de Córdoba sigue conteniendo en sus paños retazos de la vida de un mundo muy primitivo, de hace millones de años, que nos acercaba a un océano. Hoy en día, la Mezquita sigue viva y ahora estos fósiles, aunque aún muy desapercibidos, irán dando forma a su historia como patrimonio y bien de la ciudad.