A Rafaela Tena Tati sus 100 años le recuerdan a las 100 macetas que su madre llevó con ellas, desde La Carlota hasta una callejuela que -por entonces- se conocía como calle de los Jazmines, y colgó en la fachada de su nuevo hogar. Era septiembre del 1939. Años más tarde se conocería como Calleja de las Flores y su esencia recorrería el mundo.

La de Tati es una memoria centenaria de geranios y gitanillas, de Damas de la Noche arrebatando miradas a la luna, del abrazo de la Celinda, de una plaza de azahar y jazmín. «¡Qué bonitos olores!», susurra. Porque la belleza se siente. Y de sus palabras, acompasadas con el latir de la fuente de la plaza de la calleja, emana el aire de Córdoba, de una ciudad que ha crecido ante sus ojos y que, ahora, contempla con paciencia. Como solo se puede mirar a la vida y al tiempo.

Rafaela Tena nació un 25 de febrero de hace un siglo. Con su familia, de Hinojosa del Duque, llegó a Córdoba en el 39, «con una mano delante y otra detrás» y un centenar de flores con las que vivían en La Carlota, a donde tuvieron que desplazarse, antes, por la Guerra Civil. El conflicto le arrebató a varios familiares, entre ellos a su padre y a su hermano. Finalmente, el número 2 de una angosta calle que daba a un patio se convirtió en su hogar.

Tati da una vuelta a la Mezquita, gira por la calle Velázquez Bosco y, entre los tiestos de su calle de toda la vida, sube hasta la fuente. «Esto era una preciosidad», asegura. Y, en silencio, mira los balcones de su casa, donde ya no vive desde hace 10 años. Muestra una fotografía antigua: una cascada floral. Se sienta en la «piedra del limón», frente a sus ventanas, y vuelve a recorrer su Córdoba.

Aquel año, su madre, Felisa, ante la gran cantidad de flores que traían y la falta de espacio de su terraza, decidió colgar las macetas en la pared y en los balcones. Coincidía con que el Corpus iba a pasar por allí. «Yo voy a poner la puerta un poquito alegre para cuando pase el Señor», dijo. Al ver esa imagen, el vecino de al lado, Rafael Bernier -por entonces perito aparejador del Ayuntamiento- preguntó sorprendido: «Felisa, ¿Cómo se le ha ocurrido poner tantas flores aquí?». «¡Qué cosa más bonita!», destacó después. Los años, la orden de los hermanos Cruz-Conde, los conocimientos de Bernier y de Escribano Ucelay y la esencia de los vecinos convirtieron la calle en un símbolo: la empedraron, levantaron la fuente, dibujaron los arcos...

Al salir a la Mezquita se encuentra con su amiga Flora, la única vecina que queda en la calleja. No pueden abrazarse por el covid-19, pero la alegría les llega y las desborda. «Yo he pasado dos guerras mundiales, la Guerra Civil, pero esto de ahora no lo había pasado», afirma Tati. Pronto, por fin, tendrá la segunda vacuna. Ahora por los menos está «más tranquila». Rafaela Tena emprende el camino a su nueva casa. En sus ojos lleva una larga vida y, tras ella, deja las puertas abiertas a la historia del barrio. Y la memoria de las flores.