La pandemia los convirtió en colectivo de riesgo, pero siguen siendo tan útiles como antes, o más. Rafael Verdejo, funcionario del Ayuntamiento de Córdoba jubilado, tiene 73 años y es el «referente» del colectivo de voluntarios mayores de Cruz Roja que se encarga del servicio de Respiro de la entidad, creado antes del covid para ofrecer apoyo a las cuidadoras (casi siempre son mujeres) de personas dependientes de edad avanzada. «En este equipo, todos tenemos más de 65 años», comenta, «antes de la pandemia nuestra función era ir a las casas un par de horas a la semana para que quienes dedican su vida a cuidar de sus familiares mayores, casi siempre mujeres, pudieran salir un rato, ir a la peluquería o hacer las gestiones que necesitaran». Durante ese tiempo, los voluntarios entablaban conversación con los usuarios con la idea de darles compañía. Cuando el mundo se cruzó con el coronavirus, Cruz Roja decidió proteger a sus voluntarios y a los usuarios de posibles contagios, por lo que decidieron suspender la actividad. Según María Torralbo, responsable del Programa de Personas Mayores, con Discapacidad y Cuidadoras de Cruz Roja, «algunos de ellos llevan años con nosotros y son personas muy implicadas que se resistían a dejar solos a los mayores en un momento tan delicado». De ahí que decidieran continuar con su labor ofreciendo acompañamiento telefónico.

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Más aislados

Las personas mayores se sienten ahora más aisladas que nunca. No solo los dependientes que no tenían poca vida social antes del covid, sino todos los que viven solos y ahora apenas pueden salir de casa ni relacionarse con sus familiares, si los tienen, asistir a los centros de envejecimiento activo para compartir tiempo con otros iguales o simplemente reunirse para andar, tomar café o jugar al dominó con los amigos. Para romper en la medida de lo posible ese aislamiento, los voluntarios de Cruz Roja decidieron valerse de sus teléfonos para mantener abiertos los puentes de comunicación. «Nosotros sabemos bien cómo se sienten y tenemos muchos temas comunes de conversación porque somos de edades parecidas», explica Rafael Verdejo convencido.

Según María Torralbo, «las redes sociales de los mayores se han reducido por el riesgo del contagio y por el miedo de su entorno a ponerlos en peligro frente al virus». El resultado es una soledad mucho más intensa en la que los hijos, los nietos se ven cada vez menos y, si están lejos, en el mejor de los casos, por videoconferencia.

Isabel Hervás es enfermera y cuando se jubiló, hace dos años, tenía claro que quería dedicar tiempo a ayudar a otras personas y se hizo voluntaria. «En Cruz Roja me formaron, me ofrecieron las opciones posibles y me decanté por los mayores y sus cuidadores, que realizan un trabajo agotador». Hacía más de un año que visitaba a una señora que vivía sola para acompañarla durante dos horas a la semana. «Hay personas que están bien, pero echan en falta tener a alguien con quien hablar, contarle cómo se sienten, desahogarse, como todo el mundo».

Rafael Verdejo es el referente del grupo. CHENCHO MARTÍNEZ

Desde que se reorganizó la atención, tiene diez mayores asignados a los que llama periódicamente para ver cómo están. «No solo charlamos con ellos, en Cruz Roja nos enseñan cómo detectar las necesidades que puedan tener para trasladarlo a los trabajadores sociales», explica Isabel, «hay mayores que lo están pasando mal y que tienen problemas para hacer gestiones, acudir al médico, para ir al banco... y algunos, dificultades económicas para comprar alimentos o para hacer frente al pago de determinadas facturas, pero no siempre lo dicen abiertamente si no tienen confianza».

Los voluntarios coinciden en que la tarea de acompañamiento que realizan en este momento de la pandemia es también «una labor muy satisfactoria porque te hace sentir útil aunque sea ofreciendo un rato de charla a nuestros mayores». Según Isabel, no solo es algo bueno para ellos, «también nos viene bien a nosotros echar un rato de charla con ellos en un momento tan duro como el que estamos viviendo, intentamos que ellos saquen los temas que les interesan y muchos te cuentan cosas de su juventud y se evaden de lo que está ocurriendo».

José Fernández y Rafaela Moreno, de 86 y 81 años, respectivamente, son usuarios del programa de Respiro desde antes de la pandemia. Casados desde hace 58 años, vecinos del barrio de Cañero, viven solos y no tienen hijos. «Tenemos sobrinos, pero viven fuera de Córdoba, así que nos tenemos que cuidar el uno al otro, no hay nadie más», explica José, que durante años trabajó como comercial y hoy sigue teniendo mucho desparpajo al hablar, aunque a veces le falle un poco el oído. «Además de la conversación, que se agradece mucho, hemos necesitado a veces acompañamiento para ir al médico», explica, «mi señora tiene muchos problemas de movilidad y llevamos casi dos años sin salir, esto que está pasando lo ha empeorado todo porque ya no pueden venir a visitarnos estas personas, pero nos ayudan en todo lo que necesitamos».

Según Verdejo, los mayores voluntarios no hacen visitas, pero sí realizan trámites cuando se les solicita. «Siempre que es posible, pedimos cita, hacemos la cola y resolvemos la cuestión por ellos», señala. Por eso anima a quien tenga tiempo para regalar a hacerse voluntario «llamando al teléfono de Cruz Roja, 957 43 38 78», y si su interés se centra en los mayores, al 957 45 31 22, que también gestiona a los que solicitan ser usuarios del servicio.