La vida era más bonita cuando no teníamos fatiga pandémica y a nadie se le ocurría hablar del «ámbito familiar» para referirse a la casa de uno. Hace un año, nuestros políticos locales estaban en Madrid, en esa feria del folleto y la loncha de jamón, a la que había que ir, --según nos decía los que entienden--, sí o sí. En Fitur celebrábamos con ingenuidad que Córdoba había rozado el millón de visitantes en 2019, sin saber que 365 días después la Judería estaría desierta y sus comercios con el corazón tiritando de frío.

En Capitulares tampoco están para tirar cohetes y es que entre Filomena y Hortensia el 2021 tampoco levanta cabeza. Seguimos sin presupuestos, porque Cs se ha puesto o farruco o en su sitio, según se mire; y sin la inmunidad de rebaño, aunque gentilmente los alcaldes de El Guijo, Alcaracejos y Torrecampo hayan tratado de ampliar los efectos de la vacunación en la provincia. Unos incomprendidos.

Mientras, el alcalde José María Bellido se ha metido --con museo de arte contemporáneo incluido-- en el jardín de Caballerizas Caballerizasen el que llevan perdiéndose los regidores cordobeses de los últimos 20 años. Se ve que es tradición. El extravío consiste en pensar que con las monedas que nos den por la leche, podremos comprar una docena de huevos, que nos darán doce pollitos, que cambiaremos por un hermoso lechón y que cuando crezca venderemos por una ternera. Y así estamos otra vez, con el cántaro a punto de romperse --¡bien!, dirán los de La Rambla--, mientras Caballerizas sigue siendo del Ministerio de Defensa. ¡Ar! En la penúltima diatriba en torno a este bello edificio, el conflicto se ha situado en la primera planta encima de la cuadra (un 6,5% de la superficie global) y gira en torno a la oportunidad de instalar allí una sala expositiva de arte contemporáneo figurativo --es un poner-- o dedicar íntegramente el espacio al mundo ecuestre y hacer exposiciones solo de caballos y yeguas. Ya le digo que hablamos de Caballerizas, como si aquello fuera nuestro y como si no tuviéramos aún que expropiarlo y pagar por lo bajo 3 millones de euros. Casi ná.

La polémica que a lo mejor a usted lo deja totalmente indiferente --lo normal si no tiene caballos ni tampoco cuadros--, ha abierto en el sector ecuestre una brecha de tales dimensiones que hay quien se ha referido al asunto como la historia de los Capuleto y los Montesco (desconozco si hay incluso pareja de estas casas enfrentadas que sufre por amor). Hay también quien quiere hacerse unas camisetas con el eslogan «Muerte a Séneca», en vistas de que en esta ciudad todo tiene que ser criticado, pisoteado y fastidiado mucho antes de que ni siquiera haya visto la luz.

No sé, la verdad en qué quedará el asunto, lo que sé es que no es momento de estar a mal con el Ejército, si queremos que Córdoba sea la futura base logística militar. El alcalde ha reaccionado con este proyecto con celeridad, aunque hayamos partido con más retraso que otras ciudades vecinas. La parte técnica está hecha. El viernes se presentaron nuestras bazas en Madrid --una inmejorable posición logística y una arraigada vinculación con el Ejército de Tierra-- y, ahora ya, la decisión es del Ministerio. Por eso, digo, quien conozca a Margarita Robles que la llame y le hable bien de nosotros. Mientras, que no se le ocurra a nadie sacar merchandaising de la candidatura, no la vayamos a pifiar como en 2016.

Sin que sirva de precedente o mejor dicho para que sirva por dios, diré que el pleno del jueves fue interesante, concretó medidas de carne y hueso (ayudas a empresarios de la Judería o nuevas restricciones para las salas de juego) y propició debates esclarecedores como por qué el gobierno ha sacado por turno libre y no por concurso-oposición las plazas de 26 trabajadoras sociales (básicamente porque quiere). También nos dio a conocer a Cicerón, el loro de Cristina Pedrajas, que se ha hecho tan famoso que se ha abierto un twitter. Amante de los animales como es la edil de Podemos criticó con pasión la fiesta de los toros, pero lo hizo con su loro dentro de la jaula, lo que dio pie al PP a criticar el error. ¿Qué quieren que les diga? Pues lo que diría Cicerón: Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?