«Madre en paro con tres hijos busca piso». Si no fuera porque se trata de un caso real, el anuncio sonaría a chiste y hasta haría reír. ¿Quién iba a buscar piso con esa premisa? Lo malo es que esa frase describe exactamente la situación de una familia cordobesa (¿quién sabe de cuántas más?) que afronta la Navidad con la necesidad imperiosa de encontrar una vivienda. Cuando Bárbara recibió el aviso de la propietaria de su piso de alquiler se echó a temblar. «Firmé el contrato hace tres años en una situación distinta, estaba trabajando y llegamos a un acuerdo sin problema», explica, «hace un año o así me quedé sin trabajo y solicité una ayuda al alquiler y desde entonces, Vimcorsa ha pagado una parte y yo otra».

El contrato se cumple el 1 de enero y la dueña del piso ya la ha alertado de que no lo renovará. «Me ha mandado un burofax donde explica que por sus circunstancias personales no puede tener dos pagadores y que me tengo que ir», explica Bárbara, «no ha habido impagos porque mi cuota y la de Vimcorsa se han ido abonando mensualmente y, de hecho, yo pensaba solicitar la renovación de la ayuda para seguir en enero».

Según relata, empezó a trabajar con 16 años y desde entonces ha hecho de todo. «He estado en la hostelería, en el campo, de dependienta en comercios, en una carnicería y últimamente», explica, «en limpieza hospitalaria después de un curso de formación que hice con Cruz Roja». Trabajó en un hospital privado, pero cuando cambió la empresa responsable de las limpiadoras, la política de contratos varió y ahora solo la llaman para sustituciones y vacaciones, asegura.

El mes de enero se presenta muy negro para Bárbara y sus tres hijos de 15, 12 y 4 años, ya que a mediados de ese mes dejará también de percibir la ayuda de 430 euros que está cobrando ahora y se quedará sin ingresos. Su situación es desesperada porque «para solicitar una ayuda a Vimcorsa. tienes que tener primero a alguien que te quiera alquilar y para alquilar, lo primero que te pide cualquier propietario es un contrato de trabajo», relata angustiada, «no me puedo meter en un piso muy caro y me gustaría quedarme por el Parque Figueroa, donde mis hijos están escolarizados».

Bárbara, de 39 años, está divorciada y recibe la pensión alimenticia por sus hijos, 100 euros por cada uno, pero con eso no le llega para mucho. También echa algunas horas de limpieza en una casa, pero lo que necesita es «un trabajo estable» y de eso no hay. «No dejo de echar currículums en todas partes, pero nada», lamenta. Su situación familiar solo le permite trabajar por las mañanas, ya que no tiene familia en Córdoba que le pueda echar una mano con la niña de cuatro años. Cuando se divorció, en el 2011, vivía en su pueblo, hasta que le salió un empleo en Córdoba y se trasladó con sus tres hijos, a los que tuvo que cambiar de colegio. «Al mayor, sobre todo, le costó adaptarse, por eso ahora que está bien, no quiero irme a otro sitio, me da miedo que vuelva a afectarle», explica preocupada.

Al tiempo de divorciarse, ante la dificultad para pagar la hipoteca que contrajo con su exmarido, decidieron negociar con el banco una solución para acabar con la deuda: «Entregamos la casa y firmarmos una dación en pago», relata, «pero no nos ofrecieron un alquiler social y yo tampoco sabía en aquel momento que eso existía». Ahora, la Asociación de Familias Necesitadas, a la que ha llegado derivada desde Cruz Roja, está intentando gestionar con el banco un alquiler por aquella casa que entregó tras pagar parte de la hipoteca, «pero de momento no hay respuesta».

Mientras tanto, el tiempo corre en su contra. «Estoy fatal, no duermo por las noches, en la asociación me está viendo la psicóloga porque todo el mundo me dice ‘tú tranquila que seguro que hay solución’, pero ¿cómo voy a estar tranquila?», repite echándose las manos a la cabeza, «tengo tres hijos menores y no sé dónde me voy a meter de aquí a menos de un mes». De la Navidad, es mejor no hablar. «Te puedes imaginar el ambiente, los mayores se dan cuenta y...», comenta triste, «me han dicho que hay una empresa que da lotes de comida para poner la mesa en Navidad y que puedo solicitarlo, pero a mí lo que de verdad me preocupa es que no tengo trabajo ni sé dónde me voy a ir cuando me echen del piso».

Sus padres y su único hermano residen en el pueblo, al norte de la provincia, donde ella ha vivido casi toda su vida. «Ellos me echan una mano para que no nos falte de comer, y Cáritas también nos da comida una vez al mes, pero no tienen medios para ayudarme con todo lo demás». El contrato de alquier cumple el 1 de enero y, según Bárbara, el trabajador social que la atiende le ha dado cita para el 16 de enero. «Dicen que hasta principios de año, que me olvide de ninguna ayuda, no sé qué voy a hacer».