En una sociedad cada día más judicializada como la actual, en la que interactúan multitud de actores y se generan mil y un conflictos, la figura del mediador gana adeptos y según los datos facilitados por Javier Alés, director del segundo Foro Internacional de Mediadores Profesionales, que desde ayer se celebra en la Universidad Loyola Andalucía en Córdoba. Durante tres días el foro servirá de punto de encuentro de profesionales a nivel internacional que expondrán sus experiencias, se pondrán al día en los avances legislativos y participarán en talleres y seminarios para mejorar su formación.

Según Alés, en solo un año el número de mediadores con certificación ha pasado de 1.100 a más de 3.000, lo que demuestra el auge de una profesión que, pese a todo, sigue siendo una desconocida para las instituciones públicas y las empresas. «Se trata de una profesión relativamente nueva, que surgió en los años 90», explica Alés.

El mediador profesional es una persona con un título universitario en un ámbito concreto (Abogacía, Empresa, Psicología, Trabajo Social...) que completa su formación con un curso de especialista en gestión de conflictos que le dota de unos conocimientos y técnicas con las que acercar posturas ante una situación de enfrentamiento. «La mediación puede intervenir en cualquier ámbito desde el familiar a los vecinos, la administración, los recursos humanos o la escuela», señala Alés, que plantea la utilidad que tendría contar con mediadores profesionales en las mesas de diálogo que a menudo se conforman para solucionar problemas de ciudad y que suelen disolverse sin llegar a ningún acuerdo. En Córdoba, hay sobrados ejemplos. Según un estudio realizado por Loyola Andalucía, «la mediación resuelve el 40% de los conflictos que aborda» en el conjunto de ámbitos en los que interviene. En este sentido, supone «un gran ahorro económico y emocional, ya que minimiza el desgaste del conflicto y evita acudir a los tribunales. Las cualidades de un buen mediador profesional tienen que ver, además de con una formación concreta, con un «talante», lo que implica aptitudes como «saber escuchar, empatizar, trabajar emociones, etcétera», señala Alés, «un profesional capaz de plantear caminos alternativos e imaginativos».