Cuando recibí el mensaje de Washington Roosevelt Vera Franco, me conmovió su desesperación. En apenas un párrafo, relataba la triste historia de un periodista emigrante ecuatoriano, colega de profesión, que después de siete años trabajando en Córdoba "de manera soterrada" en tareas muy distintas al periodismo, se veía en el paro, sin dinero y acompañado tan solo por un montón de libros y un viejo automóvil donde hacía semanas que pasaba las noches en vela. "Por razones de edad, nadie quiere mis servicios, estoy cansado de ir de un lado a otro en busca de trabajo y pido ayuda para regresar a mi país". Dos días después, lo conocí en persona.

Me sorprendieron sus exquisitos modales y su buena presencia. Me recibió en Las Moreras, en la habitación que una asociación le ha prestado por unos días para dar un respiro al cuerpo después de días atrincherado en un vehículo. Nada más entrar, colocó una cámara ante los dos y retrató con elocuencia lo que estaba pasando para iniciar inmediatamente el relato de su vida.

"Nací en Milagro (Ecuador) hace 58 años, hijo de un médico con 12 hijos del que yo era el mayor", me explicó. Su infancia, feliz, dio paso a una turbulenta etapa estudiantil en la que se perfiló una personalidad rebelde ante la injusticia. Con 17 años, inició una relación con una de las dos mujeres con las que ha compartido media vida. Al morir su padre, financió sus estudios de comunicación trabajando en la radio y en el semanario La Verdad y encontró trabajo nada más acabar la carrera, ejerciendo como periodista políticamente comprometido, lo que llegó a costarle más de un disgusto por negarse a callar temas de corrupción.

"Todos los emigrantes buscamos un futuro mejor"

Padre de seis hijos de dos parejas distintas, un día dejó su puesto en el diario El Nacional para seguir los pasos de una de ellas hacia España cuando los cuatro hijos que comparte con ésta se instalaron en el país. De esta mujer, con la que inició su relación hace casi 40 años, se separó hace tres. En Córdoba trabajó en el campo, como repartidor, en reforestación y, por último, en una empresa de productos lácteos que después de emplearlo varios años sin contrato lo mandó a la calle en marzo. "Todos los emigrantes dejamos nuestro país para buscar un futuro mejor, pero a veces no se nos trata con el respeto que toda persona merece. He aguantado mientras trabajé y pude mandar dinero a Ecuador para mantener a mis dos hijas pequeñas, a las que no veo desde hace siete años, pero me parte el corazón que me llamen porque no tienen qué comer y que yo esté en esta situación. Ya no quiero traerlas, solo quiero volver", afirma.

Lo tiene todo planeado. "Me vine con una mano delante y otra atrás y me gustaría regresar con un dinerito para montar un negocio allá, una picantería, que viene a ser un pequeño local donde se sirve cazuela y pescado". También tiene pensado ofrecerse para hacer un programa de televisión a uno de sus viejos contactos periodísticos ecuatorianos e intentar publicar alguno de los libros que tiene entre manos. "Además de un poemario y una novela, estoy redactando lo que he titulado Historia del emigrante, con testimonios que he ido recogiendo a lo largo de estos años, vivencias propias y la descripción de las enormes dificultades que nos deparan. Cuando sales, no imaginas que esto es así. Espero que pueda servir a otras personas", dice convencido. A pesar de que la experiencia no ha sido tal y como él la imaginó, hace un balance positivo. "He aprendido mucho de la cultura española en general y de Córdoba en particular, una ciudad que me ha impresionado por su historia".