No había tele en la Córdoba de los años cuarenta. Los niños jugaban en la calle. Algunas tardes, la chiquillería se reunía en el patio de los hermanos Díaz, en Puerta Nueva, para ver a los payasos. "No tendríamos más de ocho años, pero nos pintábamos y usábamos cualquier cosa como instrumento". Diego Díaz tiene 74 años. Entre las fotos que coloca sobre la mesa destaca una, en blanco y negro, de aquella época, con los tres hermanos vestidos de payasos. Son Noly, Bizcochito y Besuguete. "Como éramos niños cobrábamos en botones". Diego era Bizcochito.

En otra foto, los payasos han crecido. "Mi padre era músico y chófer, así que nadie se sorprendió cuando quisimos dedicarnos a esto". En 1953, los hermanos Díaz se examinaron para conseguir el carnet sindical de profesionales como payasos musicales. "Trabajamos en circos, como el Price o el Italia, de Sevilla". Pero sobre todo los Díaz actuaban en galas, de ciudad en ciudad, acompañando a artistas del momento, como Antonio Molina o Manolo Escobar. Otra fuente de ingresos eran las bodas y las comuniones. "Estuvimos en la comunión de Paquirrín. ¡Con todos los payasos que hay y nos llamaron a nosotros! Parece que lo estoy viendo, ese Paquirrín corriendo detrás de los nenes y tirándoles pedazos de jamón y langostinos..."

Los Hermanos Díaz llegaron a ser muy conocidos, aunque no tanto como los payasos de la tele. "Perdimos una gran oportunidad. Nos llamó Torrebruno para ofrecernos un programa en televisión, pero uno de mis hermanos acababa de encontrar empleo y no quiso dejarlo". Los Díaz también trabajaron como músicos. Juntos, recorrieron Marruecos de sala en sala de fiesta. Y en Córdoba, tocaron durante años en el Copacabana. Pero el éxito les llegaría como cómicos en 1981. Ese año obtuvieron el primer premio del certamen nacional de payasos, celebrado en Torremolinos, donde competían con más de un centenar de artistas. "Para nosotros, aquello fue como para un futbolista ganar la Liga".

Todavía hoy, ya jubilados, actúan en pequeñas ferias o en residencias de ancianos. Y lo hacen con la misma ilusión de aquellas tardes de la infancia. "Cuando las vecinas descubrieron por qué habían desaparecido los botones de las camisas y pantalones de todo el barrio, mi madre, la pobre, nos pidió explicaciones". Los tres hermanos guardaban la recaudación en una caja de zapatos. Allí había botones de todos los colores y tamaños, casi tantos como los recuerdos de un payaso.