-En ‘La fuente de oro’ revive el glamur del Jerez bodeguero de los años 30 y 40. ¿Cómo lo definiría?

-Un Jerez con encanto. Un Jerez singular. Y una mezcla imposible de aristocracia, alta burguesía con muchísimo dinero, inexistencia de clase media y una clase jornalera y obrera pobrísima. Una mezcla imposible.

-Ha dicho usted que era un Jerez con glamur pero también un tanto pueblerino.

-En Jerez nos encontramos desde las gañanías donde se comía lo que era el ajo caliente, hasta los casinos, los hipódromos, los restaurantes a nivel de Madrid y las visitas de actores de Hollywood, reyes europeos y marajás asiáticos. Un contraste absolutamente brutal.

-Desde luego, los actores de Hollywood bajaban de Madrid a Jerez. Había salones con compañías francesas y rusas. Como en el salvaje Oeste, pero sin pistolas.

-Efectivamente. Sin pistolas. Con mucha mala leche y con muchas sombras oscuras.

-Todo el pueblo se dedicó al negocio del vino porque era rentable. Todo Jerez se movía en torno a las bodegas. ¿Cuándo estalló el caos?

-En los años 80 se produce la ruptura de la armonía patronal-sindical que había existido hasta entonces. El negocio se va al garete. Y Jerez sigue sufriendo las consecuencias de aquellos enfrentamientos.

-Jerez siempre fue muy clasista. Bodegueros y clase media no se mezclaban. Un dicho local lo define así: «En Jerez se es Domecq o caballo». ¿Todavía?

-Creo que la frase fue de Antonio Burgos. Quedan reminiscencias indudablemente. Todavía la pobreza de la clase media, que no existió en aquellas fechas, y las consecuencias se siguen viviendo. Y, por supuesto, las consecuencias de una monoindustria que, cuando desaparece, no hay otro tejido empresarial que la supla.

-La trama de la novela se mueve hasta Gibraltar, donde se refugia la clase alta jerezana ante el inminente levantamiento militar.

-Es un hecho histórico. A mí me sorprendió cuando me documenté para la novela y me encontré monografías de historia pura, referencias a Jerez, entre ellas que los bodegueros fueron alertados del golpe de Estado para que pudieran refugiarse. Algunos en el Algarve, otros en Gibraltar.

-Los matrimonios de conveniencia eran moneda corriente y las queridas, las mantenidas de los señoritos, eran figuras habituales. ¿Han dejado su huella en la sociedad actual?

-Yo he conocido esa duplicidad: matrimonio de conveniencia y familia de amor con la mantenida. Y creo que ya se superó. Los tiempos han roto muchas barreras. Queda la memoria de aquel acontecimiento y, evidentemente, la descendencia.

-Usted cuenta la rebelión de una querida con su condición de querida. Eso ya no era normal.

-No. Existieron episodios de rebeldía, de ruptura, de escándalos públicos. Lo que no existió fue la renuncia a sus padres, a su vida, por ese amor oscuro que incluso la lleva a huir de Jerez. Es la cuarta parte de la novela.

-Se define como abogado que escribe y como escritor que hace juicios. ¿Qué le tira más?

-La abogacía es apasionante pero da muchos disgustos, porque lo que tienes en juego es muy importante. La literatura, en cuanto que es ficción, en cuanto que es posibilidad de viajar, es una fuente de placeres, de ilusiones y de fantasías. Creo que soy un poquito bipolar.

-Hablando de juicios. Está usted presente en una serie de procesos judiciales que tienen abiertos varios ex alcaldes de Jerez. Usted era concejal cuando Pacheco presidía el Ayuntamiento.

-Éramos íntimos enemigos. Tuve la responsabilidad de hacer su acusación y el juicio que acabó con él en prisión. Y, no obstante esa enemistad que ambos mantuvimos, raro es el día que no me acuerdo de él.

-¿Y qué me dice de María José García-Pelayo y Pilar Sánchez?

-Pilar quedó absuelta en dos procedimientos que yo llevé. Fue condenada en el último. Con María José espero que el Supremo entienda que hay que deslindar lo que es puramente administrativo de lo que es conducta criminal.

-¿Ser alcalde de Jerez es la vía más directa para acabar en chirona?

-Ser alcalde de Jerez es hoy en día un oficio de alto riesgo.