Los flujos migratorios que provienen de otros países son tan antiguos como la humanidad y aparecen en las relaciones de casi todas las religiones y culturas que existen. Estos han sido propiciados como una necesidad para los ciudadanos que se han instalado de manera provisional o definitiva en otro país en busca de una mejora en su calidad de vida. Esto fue lo que debió pensar Juan, un joven de procedencia rumana, cuando decidió trasladarse a España en busca de una solución para su precaria vida laboral.

Este estudiante de Medicina tuvo que dejar sus estudios tras el fallecimiento de su padre y la grave enfermedad que padecía su madre. Además, tenía un hermano pequeño que alimentar, por lo que no le quedó más remedio que ponerse a trabajar para poder asistir a su familia.

En Rumanía comenzó a trabajar por escasas remuneraciones, las cuales no eran suficientes para comprar medicamentos para su madre y establecer un futuro digno a su hermano. Al tiempo, desde España le ofrecieron una oportunidad laboral que no pudo dejar escapar. Pensó que con el dinero que obtuviera podría hacer más fácil la vida de su madre enferma de hemiplegia.

Juan dejó su país de origen para trasladarse a la Península Ibérica con la ilusión de ofrecer a su familia la vida que se merecían. Sin embargo, comprobó a su llegada que no todo es oro lo que reluce.

Llegó a Córdoba en un momento de declive y recesión económica y se vio inmerso en una situación contraria a la que había imaginado. El contrato que tenía finalizó y Juan se quedó sin recursos económicos y sin un techo bajo el que dormir. Los obstáculos eran cada vez mayores y su día a día se convirtió en una lucha de supervivencia, pero su calidad humana hizo que sus miedos nunca se interpusieran ante sus sueños.

En su incansable búsqueda de la felicidad nunca se rindió. De forma continuada y tras encontrarse en la calle, iba pidiendo ayuda a los vecinos de la capital en lugares como la puerta de la iglesia de la Trinidad. Con el paso del tiempo Juan fue ganándose el cariño y afecto de los cordobeses, los cuales intentaban proporcionar a este ciudadano una mejora de calidad de vida con diferentes aportaciones económicas, alimenticias y de hospedaje.

Un inesperado día la labor social de la iglesia de la Trinidad se cruzó en su camino, pasó de ser el señor que pedía en su puerta, al señor que asiste en las labores de cuidado y limpieza de la iglesia. El sueño tan perseguido por este joven empezó a tener sentido. La iglesia de la Trinidad se convirtió en su casa y los vecinos de la zona en su familia. La fe que Juan procesaba nunca le ofreció mejores frutos.

Este joven a través de su perseverancia y constancia ha conseguido que conceptos tan comunes como solidaridad, amistad y respeto se conviertan en los principales valores humanos por excelencia.