Papeleta de sitio

Estación de penitencia, nazareno

Nazarenos.

Nazarenos. / CÓRDOBA

Rafael Carlos Roldán Sánchez

Carlos quería rezar. Pasaron los años cuando salía de nazareno con el grupito de la clase del colegio, con los primos y con los vecinos de la calle. Ahora prefería la soledad y la intimidad detrás del cubre rostro. Pensaba en su familia, en los problemas del trabajo e incluso en alguna serie de televisión, porque la mente es así, no deja de funcionar y saltar de un asunto a otro sin orden ni sentido; pero la oración le detenía el torbellino de ideas y podía musitar las palabras aprendidas desde pequeño. Carlos quería dar gracias a Dios.

Nazareno, dame cera. ¿Tienes estampas? ¿Ésta hermandad cómo se llama? Avanza más deprisa. Parece un tío, o no, que lleva pulsera. Ve más despacio. Oye, te arrastra la túnica. Tienes el capuchón doblado. Avanza más deprisa. Mira a tu compañero y no te despistes. Ve más despacio. Se te ha apagado la vela. ¿Tienes estampitas? Ve más despacio.

Ruido. Mucho ruido. La oración brotaba de sus labios, pero no era capaz de terminarla. Se atrevió con un Credo, un Padrenuestro, un Ave María, pero no lograba decir «amén». Le interrumpían, le atosigaban, no le dejaba el público festivo y jaleoso ni el celador celoso del orden en su tramo. Tenía sed y hambre, frío y antes calor, le dolía la espalda y la cabeza; pero entendía que eso era la penitencia. Aguantaba con paciencia, sólo quería rezar.

Decidió empezar un Gloria al Padre, es corta y al menos podría acabarla: «Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos... « La llama se apagó de repente. La falta de luz le sorprendió, pues se había concentrado en el fulgor del cirio que chorreaba cera vieja. Escuchó las carcajadas de un grupito que tenía al lado y que, entre chanzas, le reían la gracia a un tipo con apariencia de pocas luces y que había mostrado su fuerza pulmonar soplando contra la lumbre que Carlos acariciaba y le daba la compañía necesaria en su soledad. Una vez más, no pudo decir «Amén».