Retamas en flor

Entre finales de mayo y principios de junio florece la retama, una planta leguminosa que ilustra muy bien la intrincada cadena de las causas y los efectos que regulan la vida

Retama en flor en un camino rural de la provincia.

Retama en flor en un camino rural de la provincia. / J. AUMENTE

José Aumente Rubio

José Aumente Rubio

Todas las criaturas del planeta Tierra estamos emparentadas, tenemos un origen común y compartimos el mismo código genético. El ADN de nuestras células tiene 3.000 millones de bloques de construcción genética, o pares de bases nitrogenadas, que nos hacen ser quienes somos; pero solo una pequeña cantidad es única para nosotros, lo que nos hace ser genéticamente similares en un 99,9% al humano que tenemos al lado. Compartimos con los chimpancés nada menos que el 96% de nuestra secuencia de ADN, los ratones se parecen a nosotros en un 85%, y los plátanos, sorprendentemente, lo hacen en un 60%. Hay algo extraordinario en el hecho de que las instrucciones genéticas que regulan el funcionamiento de todos los organismos vivos estén escritas con el mismo alfabeto. Es difícil imaginar un mensaje con más calado espiritual y mayor fuerza de concienciación que este. Tal vez sea lo más parecido a una fe universal y un mandato sagrado.

Este descubrimiento científico ya lo intuyó, hacia finales del siglo V antes de Jesucristo, el príncipe Siddharta Gautama, meditando bajo la sombra de una higuera y alcanzando de este modo la iluminación. El Buda pudo ver con radiante claridad toda la intrincada cadena de las causas y los efectos que regulan la vida, y el camino para alcanzar la sabiduría y la salvación. Los sabios de la antigüedad iban por delante de nosotros a la hora de reconocer que la simpatía no se puede limitar a aquellos de nuestro propio grupo. Tenemos que cultivar lo que los budistas llaman una perspectiva inconmensurable, que se extienda hasta los confines de la Tierra, sin excluir a una sola criatura de su radio de preocupación.

El concepto del ‘samsara’

Cuando explico a mis alumnos y alumnas los ciclos biogeoquímicos les hago ver su similitud con el concepto del samsara, que es el ciclo de nacimiento, vida, muerte y reencarnación en las tradiciones filosóficas de la India. Nos hemos separado de la naturaleza hasta tal punto que olvidamos que formamos parte de un inmenso continuo vivo, que los átomos de nuestro cuerpo derivan de los productos de la Tierra y que con el tiempo se reintegrarán a la cadena de la vida. Esta continuidad entre nosotros y el mundo natural no solo está en la muerte, ya que incluso en el desarrollo de nuestra vida cotidiana, la piel muerta que soltamos se convierte en polvo y el dióxido de carbono que espiramos contribuye al crecimiento de las plantas. Como dice el maestro budista vietnamita Thich Naht Hanh, «la Tierra, nuestra madre, nos ha dado a luz miles y miles de veces. Nosotros nos manifestamos, para disgregarnos luego en los elementos que nos componen y acabar manifestándonos una vez más».

Especialmente atractivo resulta el ciclo del nitrógeno, porque este elemento se encuentra principalmente en la atmósfera, sobre todo en forma molecular (N2), y es necesario captarlo del aire para introducirlo en el cuerpo de los seres vivos -donde formará parte de moléculas tan importantes como las proteínas- y que de este modo vaya circulando a lo largo de las cadenas tróficas. De esta tarea se encargan unas bacterias pertenecientes al género Rhizobium, que viven en las raíces de las plantas leguminosas, con las que mantienen una relación de simbiosis.

Propiedades medicinales

Por esta época, entre mayo y junio, en cualquier terreno inculto o ladera soleada, florece la retama, un arbusto muy abundante en España que protagoniza una curiosa historia que tiene que ver con lo que estamos contando. Al botánico y médico español Bernardo Cienfuegos, que vivió entre finales del siglo XVI y principios del XVII, debemos la información de que antiguamente se le adjudicaban propiedades medicinales a «ciertas bolillas redondas» que crecían en el extremo de las raíces de esta planta leguminosa. Para las «gentes supersticiosas» eran consideradas una verdadera panacea, ya que, en palabras de Cienfuegos, «hace nacer dientes y muelas, desofusca la vista, tiñe el pelo, renueva la sangre y virtud vital, y vuelve a los viejos a treinta años».

Parece ser que tan portentosas bolitas no eran más que los nódulos generados en las raíces de la retama por la bacteria Rhizobium que, según parece, además de ser excelentes fijadoras del nitrógeno atmosférico, poseen una hemoglobina -que como sabemos es la molécula responsable de la oxigenación de la sangre- muy parecida a la hemoglobina humana, por lo que quizás fuera eficaz en el tratamiento de enfermedades carenciales, y de ahí surgiera la leyenda. Compartimos más de lo que creemos con otros seres vivos, algunos tan alejados filogenéticamente de nosotros como las microscópicas bacterias o las humildes retamas, que por estos días adornan nuestros campos con sus menudas flores amarillas.

Retamas en flor

Ejemplar joven de mirlo. / José Aumente

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«Abril hueveril, mayo pajarayo», dice un refrán. No dice nada de junio pero es evidente que a estas alturas los pollos ya están volando o intentándolo, con sus arriesgados ejercicios de aleteo. En cualquier parque o jardín es fácil que encontremos algún pollo caído del nido. Las crías de muchas especies abandonan el lugar de incubación antes de que les haya crecido el plumaje por completo. Aunque parece que están desvalidos, sus padres suelen vigilar sus movimientos, así que casi nunca están abandonados, como pueda parecer a simple vista. Lo mejor es no tocarlos. Además es muy difícil que un polluelo recogido y criado por nuestra cuenta pueda más tarde ser recuperado para vivir normalmente en libertad, a pesar de los muchos cuidados que se le prodiguen. De ahí que solo deban recogerse cuando se les vea totalmente desnutridos, transidos de frío o empapados de agua, y si en el curso de las horas siguientes no se observa en los aledaños la presencia alarmada de un ave adulta. 

Pero la amenaza más grave para los pollos de las aves no proviene del hombre, sino de los 2.490.312 gatos que hay en España. Aunque para muchas personas estos pequeños felinos sean adorables, tienen también que saber que ejercen un enorme daño en la biodiversidad. Cazan aves, sobre todo polluelos, pequeños mamíferos y reptiles en proporciones que preocupan. Así, por ejemplo, la población de vencejo común ha descendido en España un 20% en los últimos 20 años por la proliferación de gatos callejeros, animales que, al contrario, no paran de crecer protegidos por gran número de ciudadanos.

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