CALENDA VERDE

Rastros

Los pequeños mamíferos carnívoros son seres esquivos y cautos que marcan profusamente su territorio cuando les llega el celo

El periodo de celo del lince y del zorro ha finalizado ya.

El periodo de celo del lince y del zorro ha finalizado ya. / Chencho Martínez

José Aumente Rubio

José Aumente Rubio

Cuando les llega el celo, los pequeños carnívoros se esmeran en marcar profusamente su territorio, y el rastreador puede detectar más fácilmente su presencia. Estamos en un momento de transición: algunos pequeños carnívoros ya han finalizado su celo y otros se encuentran en pleno apogeo o van a comenzarlo en breve

Baptiste Morizot, filósofo, escritor y profesor de pensamiento contemporáneo de la Universidad de Aix-Marsella, ha dedicado su obra a la relación entre el ser humano y el resto de seres vivos, basándose siempre en el trabajo de campo y la investigación a cielo abierto, mediante el conocimiento directo de los territorios y el rastreo.

Según el filósofo francés, estamos acostumbrados a ver la naturaleza solo desde nuestro punto de vista, pero deberíamos intentar hacerlo también desde la perspectiva del animal, descifrando su forma de vivir y comunicarse. Estudiando las huellas y marcas, podemos intentar comprender la propia lógica del animal y su forma de habitar el territorio. Las rocas en las que colocamos las marcas en nuestros senderos son utilizadas por ciertos animales para colocar excrementos que también sirven como marcadores para comunicarse con otros seres vivos.

Para Morizot, rastreador es cualquier ser humano que active en sí un estilo de atención enriquecido hacia el resto de seres vivos: que los considere dignos de ser investigados y ricos en significados. Que postule que existen cosas por traducir y que trate de aprender. Este estilo de atención se despliega más allá del dualismo moderno de las facultades, que opone la sensibilidad al razonamiento. Rastrear es una experiencia decisiva para aprender a pensar de otro modo porque, cuando estamos fuera, detectando indicios, no nos desembarazamos de la razón para volvernos más animales, sino que simultáneamente somos más animales y más racionales, más sensibles y más pensantes.

Primer plano de un gamón, también conocido como vara de san José.

Primer plano de un gamón, también conocido como vara de san José.

Los pequeños carnívoros

Los pequeños mamíferos carnívoros son seres esquivos y cautos, mayoritariamente nocturnos y de sentidos muy desarrollados, por lo que su observación en la Naturaleza es una empresa realmente difícil. Para detectar su presencia debemos aprender a distinguir las señales que dejan en el campo –huellas, excrementos, guaridas, pelos o restos de haber comido-- que nos permitirán, con un poco de práctica, conocer la especie que las produjo e incluso la actividad que desarrollaba en aquellos momentos.

Hay una etapa en la vida de estos seres recatados que se olvidan provisionalmente de la cautela y precaución que les caracteriza. Me refiero, como se puede suponer, a la época de celo, cuando se esmeran en marcar profusamente su territorio, y el rastreador puede detectar más fácilmente su presencia. Estamos en un momento de transición: ya ha finalizado el celo del zorro y del lince, pueden estar en celo el gato montés, el turón, la jineta y la comadreja; y, a partir de marzo, lo harán el tejón y el meloncillo. Las garduñas han tenido un «falso celo» de febrero. Las nutrias lo pueden tener en cualquier momento del año.

Los mamíferos carnívoros son seres territoriales y por lo general, no dejan sus excrementos al azar. Su identificación es un arte y numerosas guías de campo nos pueden ayudar a esta investigación. La clave principal es la ubicación. Debemos fijarnos dónde está depositado el excremento, porque nos puede indicar el comportamiento del animal que estamos investigando. Hay especies que depositan los excrementos de forma aislada y otros que lo hacen en grupos. Dentro de los excrementos aislados puede que el excremento «marque» un espacio vital o un territorio, depositándolos en un sitio bien visible como pueda ser encima de una piedra o en mitad de un camino. Esto es típico de los lobos, los zorros, las garduñas y las nutrias. Cuando el excremento está más oculto se interpreta que no está destinado a marcar, es lo que suele hacer el turón o la comadreja.

Hay también especies que utilizan letrinas, que son sitios donde nos encontramos multitud de excrementos, de diferentes días e incluso de varios individuos, pues las letrinas también tienen un fuerte componente social. Especies que suelen utilizar letrinas son la jineta, el tejón, el lince, el meloncillo o el gato montés. Siguiendo con la prospección, si encontramos una letrina en lo alto de un muro, o en la horquilla de las ramas de un árbol, será de un animal trepador, y probablemente se trate de una jineta. Si están ubicadas en pequeños hoyos, lo más normal es que sean de un animal cavador, como el tejón. El gato montés tapa las letrinas ligeramente. Si están a ras del suelo puede ser de meloncillo o lince. Luego, ya habrá que fijarse en su tamaño y forma, color y composición, hasta dar con la especie en cuestión.

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En las cunetas de las carreteras, en los lugares incultos, en pastizales y claros de monte, en casi cualquier parte, se levantan sobre la hierba unos tallos esbeltos, ramificados en el extremo con abundantes flores blancas. Su nombre es el de vara de san José o gamón, y su temprana floración marca el comienzo de la primavera. 

Dicen que el gamón es a las plantas lo que el cerdo a los animales domésticos: un proveedor nato. De ella se usaba antaño prácticamente todo, desde las flores hasta las raíces, con los propósitos más dispares. La vara o caña se ha utilizado como antorcha para el alumbrado, para dirigir petardos o cohetes, o como palo de la zambomba; las raíces son ricas en almidón, y los tubérculos jóvenes se pueden comer como patatas cocidas, de ellas también se ha obtenido alcohol por fermentación y se ha usado para tratar diversas enfermedades cutáneas. Son muy buscadas por los jabalíes y les gustan muchos a los cerdos, dando lugar al dicho: «El mejor jamón, el del gamón».

Por toda la provincia de Córdoba crece el gamón con profusión, aunque en mi memoria ha quedado grabado un rincón en especial. Subiendo a la sierra del Castillo desde la aldea de Cordobilla, en Puente Genil, llegué a un calvero en la cima, cubierto de un extenso campo de gamones que recortaban sus erectos tallos sobre el fondo azul del embalse de Cordobilla.

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