CALENDA VERDE

Cantos invernales

Hay aves que recuerdan que el frío no se va aún, y los grises días del invierno en los olivares tienen banda sonora propia

Todavía podemos deleitarnos con el vuelo de los milanos reales, muy abundantes en invierno en Los Pedroches, el Alto Guadiato y la Campiña.

Todavía podemos deleitarnos con el vuelo de los milanos reales, muy abundantes en invierno en Los Pedroches, el Alto Guadiato y la Campiña. / CÓRDOBA

José Aumente Rubio

José Aumente Rubio

Ya se han podido observar los primeros aviones comunes que llegan de África, pero también hay aves que recuerdan que el frío no se va aún. Los grises días del invierno en los olivares tienen banda sonora propia: un corto y repetitivo reclamo que la curruca capirotada solo emite en esta época; y los petirrojos se esfuerzan en emitir su canto más dulce y delicado

Nuestra afiliación emocional hacia los otros seres vivos, y hacia la naturaleza en general, es innata, pues está escrita en los genes de nuestra especie. Esta teoría se denomina biofilia, término acuñado por Erich Fromm, destacado psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista fallecido en 1980. Unos años después, en 1894, uno de los científicos y divulgadores más importantes de nuestro tiempo, E.O. Wilson, desarrolló esta teoría en una obra denominada precisamente Biofilia, donde concluye que el contacto con la naturaleza resulta fundamental para el desarrollo y ejercicio de la inteligencia, las emociones, el sentido estético, la creatividad, la expresión verbal o el deseo de conocer. Su carencia, por tanto, nos empobrece psicológicamente. Desgraciadamente, la capacidad de ejercitar ese intercambio sensorial con la naturaleza se debilita cada vez más por la fascinación que ejerce en nosotros la tecnología y la digitalización.

Quizá cuando salimos a caminar por el campo lo hagamos por necesidad, ya que rastreamos los invisibles trazos de nuestro genoma. Saquemos, por tanto, a pasear a nuestros genes y disfrutemos de lo que va aconteciendo a nuestro alrededor.

El canto del petirrojo

A pesar del frío de la última semana, ya se van notando indicios de que se aproximan cambios: el pasado 15 de enero, bajando desde la sierra por el cerro de San Cristóbal, pude observar el paso de los primeros aviones comunes que van llegando de África; y al día siguiente, por la zona de El Patriarca, se escuchaba el canto del totovía, contradiciendo el refrán que dice: «Por san Matías, marzo a cinco días, cantan los totovías». Se han adelantado bastante, por lo que se ve. Pero también hay aves que con sus cantos nos siguen recordando que el frío todavía no nos ha abandonado. Los grises días del invierno en los olivares tienen banda sonora propia: un corto y repetitivo reclamo que la curruca capirotada solo emite en esta época; y durante el otoño y el invierno los petirrojos se esfuerzan en emitir su canto más dulce y delicado. El petirrojo es un pájaro sociable, atrevido y curioso que acostumbra a salir del bosque y plantarse a mitad del camino para ver quién llega a su territorio. Si vemos este bello pajarillo de pecho anaranjado es porque él ha decidido acercarse a nosotros, y ahora es más fácil que esto ocurra porque a la población residente se une un nutrido grupo de invernantes, y como no dejan de cantar todo el año, contribuyen como ninguno al paisaje sonoro del invierno, cuando normalmente los campos están silenciosos. Subiendo por la cuesta de la Traición, desde El Cerrillo al lagar de la Cruz, un petirrojo parecía seguirnos en nuestro recorrido. Al final llegamos a dudar si era el mismo petirrojo el que nos acompañaba o eran varios ejemplares los que iban saliendo a nuestro paso conforme atravesábamos sus territorios. Dicen que el petirrojo trae consigo la buena suerte y simboliza los cambios, siempre en positivo, que van a tener lugar próximamente en nuestras vidas, así que agradecimos su compañía.

Todavía podemos deleitarnos con el vuelo de los milanos reales, muy abundantes en invierno en Los Pedroches, el Alto Guadiato y la Campiña. No hay que irse muy lejos, nada más salir de la ciudad por las carreteras que conducen a Granada, Sevilla o Málaga, es fácil que observemos los prodigiosos planeos de estas admirables rapaces. Su coloración rojiza y cola ahorquillada las hace inconfundibles. Probablemente veamos también otra rapaz de aspecto rechoncho posada en los postes que soportan los cables de conducción eléctrica que discurren a la par que las carreteras. Se trata del busardo ratonero, que desde su inmovilidad aguarda a que algún roedor se haga patente a su vista u oído para dejarse caer sobre el mismo. Parece ser que los individuos que se reproducen en áreas de montaña descienden a los valles y llanuras durante el invierno buscando condiciones ambientales menos rigurosas, y por eso en esta época es más fácil observarlos en estos posaderos.

Bellotas palomeras

Cuando ya hace más de un mes que las encinas terminaron de entregar su preciado fruto a la fecunda tierra, y la montanera perecía haber llegado a su fin, el alcornoque nos regala la tercera cosecha. Porque el árbol del corcho deja caer sus bellotas maduras en tres fases: de septiembre a octubre produce las brevas, primerizas o migueleñas, llamadas así por coincidir con la festividad de San Miguel (29 de septiembre); de octubre a noviembre, en torno a San Martín (3 de noviembre), nos obsequia con las segunderas, medianas o martinencas; y finalmente, de diciembre a febrero, se desprende de las conocidas como palomeras o tardías.

Los ganaderos que poseen dehesas de alcornoques o mixtas -de encinas y alcornoques- conocen bien esta maduración difusa que permite una alimentación prolongada de los cerdos en montanera, pero también de muchos otros animales que buscan refugio invernal en nuestros bosques y dehesas. Por estos días, enormes bandos de palomas torcaces se dejan caer sobre los alcornocales para aprovechar este recurso alimenticio y por eso el hombre del campo, agudo observador de todo lo que ocurre a su alrededor, bautizó con el nombre de palomeras a las más tardías bellotas del alcornoque. Curiosa relación entre un ave y un árbol, manifestada a través de su fruto.

Suscríbete para seguir leyendo