Poco podía imaginar Rudolph Diesel en el año 1885, cuando utilizó aceite de cacahuete como combustible para alimentar un motor de ignición-compresión, que 135 años después el biocombustible a partir de hoja de palma y soja se habría convertido en el epicentro de una controversia mundial. Ello es debido a que, si bien se trata de un combusible con emisiones casi cero en cuanto a gases de efecto invernadero, su producción acelera la deforestación del planeta, sobre todo en las grandes selvas tropicales.

La Unión Europea, que el año pasado consideró «insostenible» el biodiésel, ha comenzado a poner limitaciones a esta producción con directivas para reducirla en el horizonte del 2030, pero en el resto del mundo la producción es imparable.

Los biocombusibles representan el 90% del aumento de la demanda de aceite vegetal, liderada por Brasil e Indonesia y por la industria de la aviación. Según un informe de Ecologistas en Acción con datos de la Rainforest Foundation de Noruega, si esta demanda se atendiera de manera simultánea podría provocar la deforestación de siete millones de hectáreas de bosques, lo que produciría 11.500 millones de toneladas de emisiones de CO2. Es decir, los biocombustibles son limpios pero, en el caso de los derivados del aceite de palma y soja, tienen unas derivadas muy negativas.

Recientemente, la organización Transport and Environment (T&E) ha hecho público un informe en el que destaca que en los últimos diez años el consumo de aceites vegetales como la colza, el girasol, la soja o la palma destinados a la industria alimentaria y oleoquímica se ha estabilizado en unos 12 millones de toneladas al año. En cambio, para producir biodiésel la cantidad aumentó un 46%, pasando de los ocho millones de toneladas del 2009 a los 11,7 millones en el 2019. T&E, una de las entidades conservacionistas más prestigiosas de la UE, recuerda que, si se tiene en cuenta la deforestación de bosques tropicales que se lleva a cabo para obtener los biocombustibles, estas sustancias terminan siendo un 80% más contaminantes que el diésel tradicional.

En el año 1912 Diesel manifestó que «el uso de los aceites vegetales como combustibles para los motores puede parecer insignificante hoy en día, pero con el transcurso del tiempo puede ser tan importante como los derivados del petróleo y el carbón en la actualidad». No se equivocó, pero no calculó sus consecuencias. Se estima que entre el 2021 y el 2030 se producirán en el mundo 61millones de toneladas de biocombustible, lo que supone el 90% de la producción actual del aceite de palma. ¿Estremecedor? El mundo se enfrenta, por lo tanto, a dos crisis: el cambio climático acelerado por la emisión de los gases de efecto invernadero y, por otra parte, la destrucción de los ecosistemas buscando combustibles alternativos. Un círculo vicioso.

El biodiésel y otros biocombustibles están viviendo un auge a nivel mundial. Liderados por China e India, los datos de producción y consumo son cada vez mayores. La independencia energética respecto a los países productores de petróleo y los objetivos medioambientales son los dos motivos de su gran popularidad. Especialmente en países en desarrollo, donde la alternativa eléctrica para el transporte no está tan al alcance, y suponen un importante recurso renovable. Es un combustible más limpio que el diésel habitual. Todos los estudios y mediciones indican que el biodiesel reduce las emisiones de CO2, SO2, CO o HC entre otros, según un informe de EnergyaUVM.

En cuanto al CO2, el gas principal de efecto invernadero, se ha demostrado que el biodiésel puede ser un arma para frenar dicho contaminante, ya sea mezclado con el diésel tradicional o bien usado al 100% para reducir las emisiones.

Algunas estimaciones, como las de la EPA (la Environmental Protection Agency de Estados Unidos) calculan reducciones de entre el 57% y el 86%. Estas cifras son coherentes con otros estudios y simulaciones al respecto. Mediciones reales que se han recogido en algunos países como Brasil, que lo usan mezclado en sus flotas de transporte, también dan cuenta de esa reducción de emisiones. En cuanto al SO2 (dióxido de azufre, un gas irritante por sí solo y muy nocivo para la salud), el biodiésel no lo emite.

La reducción de monóxido de carbono cuando se usa biodiésel también es significativa. Si atendemos a los datos ya nombrados, las pruebas dan una reducción de un 48% de CO, según Ecologistas en Acción.

Pero tampoco se trata de un combustible limpio al cien por cien, pues emite más NOx (óxido de nitrógeno). De media se estima un 10% de incremento. El NOx es un gas irritante que, en grandes concentraciones, afecta a las vías respiratorias y puede exacerbar condiciones como la alergia y otras afecciones relacionadas con nuestro aparato respiratorio.

Las plantas bio de España

En el año 1985 se construyó en Silberberg (Austria) la primera planta piloto productora de este tipo de combustible, siendo el aceite de colza la materia prima utilizada. Desde entonces se ha experimentado un creciente interés por el uso de este biocarburante y de otras energías alternativas complementarias, debido ello a la concienciación colectiva por la conservación del medio ambiente, los compromisos derivados del Protocolo de Kyoto, y la gran dependencia del petróleo, de la que es inseparable la espectacular escalada de su precio.

Esta situación ha provocado que la producción de biodiésel alcanzara en la Unión Europea dos millones de toneladas en el 2018, siendo Alemania la mayor productora, con 750.000 toneladas. En España, a finales del 2018 ya había más de 40 plantas instaladas, con una producción del orden de 185.000 metros cúbicos.

Tampoco esas fábricas nacionales se libran de las críticas ecologistas: «Desde el año 2013 al 2015 ni un solo litro de los biocombustibles consumidos fue considerado por la Comisión Europea (CE) energía renovable, ya que el Gobierno español paralizó en el 2013 el sistema de verificación de su sostenibilidad. En marzo del 2015 la CE instó oficialmente al Gobierno español a implementar correctamente la sostenibilidad de los biocarburantes. Posteriormente, el Gobierno español puso fin a esta moratoria irregular, estableciendo a partir del 1 de enero del 2016 un ‘régimen transitorio’ para la verificación de la sostenibilidad de los biocarburantes y biolíquidos, que se mantiene de forma indefinida y ofrece pocas garantías al basarse en declaraciones responsables que se exigen a los agentes económicos», señala el informe del 2019 ‘Bioenergía en España’, de T&E, Ecologistas en Acción y Birdlife.

El mundo, en definitiva, se enfrenta al reto de desterrar prácticas que, pareciendo ecológicas, en realidad no lo son.

Lo nuevo: con grasa animal

Al margen del uso de materia prima vegetal (palma, colza, girasol, soja, maíz, etc.), la investigación sobre el biodiésel avanza por otros caminos. En este sentido, el Instituto Tecnológico del Producto Infantil y de Ocio (Aiju) va a coordinar un proyecto para desarrollar una planta piloto que producirá cinco toneladas al año de biodiésel a partir de grasa animal. Con esta iniciativa, en la que participan también la petrolera Cepsa y el Instituto Tecnológico del Calzado (Inescop), se estima que se prodrá reducir hasta un 80% la huella de carbono respecto a los actuales carburantes. Europa gestiona anualmente 17 millones de toneladas de subproductos animales, que, a su vez, generan una gran cantidad de grasas, una parte importante de las cuales son eliminadas en vertederos o a través de la incineración. Estos procesos suponen un problema, tanto para el clima como para el medio ambiente, debido a las emisiones que se generan.

Con el objetivo de hacer frente a esta situación, se ha puesto en marcha el proyecto Life Superbiodiésel, cuyo objetivo es producir biocombustibles derivados de esos desechos animales, y metanol a través de una tecnología catalítica heterogénea. Al frente del mismo, se encuentra el citado instituto tecnológico Aiju, si bien también participan en el mismo el Instituto Madrileño de Estudios Avanzados (Imdea), el Instituto Tecnológico del Calzado y Conexas (Inescop), el Instituto de Tecnología Química (ITQ), Organovac y la Universidad de Murcia.

Una de las ventajas de esta iniciativa, además de la producción de biodiésel de alto valor añadido a partir de grasa animal, es la reducción potencial de un 80% de la huella de carbono sobre el diésel convencional y de un 35% respecto al biodiésel de primera generación. El proyecto implementará, además, un proceso de producción simplificado que evite los costosos pasos anteriores y posteriores al tratamiento. Asimismo, permitirá la reducción, al menos del 96%, del consumo de agua, utilizando el proceso enzimático desarrollado con respecto al proceso convencional.

Rubén Beneito, coordinador del proyecto en Aiju, destaca que el proyecto «desarrollará, probará y demostrará una novedosa producción de biodiésel a partir de grasas animales residuales basada en tecnología supercrítica y catalizadores heterogéneos». Beneito enfatiza que, además de ser apta para su replicación en el mercado, aliviará diversos problemas medioambientales. «Entre otros (subraya) ayudará a valorizar un residuo de bajo valor comercial, disminuyendo las emisiones y la deforestación asociada a los enfoques de producción de biodiésel y reemplazando el diésel mineral en los vehículos de transporte, lo que a su vez reducirá las emisiones y contribuirá en última instancia a la mitigación del cambio climático».