Existen dos constantes en la obra de Antonio Bujalance que se desarrollan en más de cinco décadas de experimentación pictórica, dando así título a esta exposición. La primera es ese fulgor que trasciende lo puramente estilístico para devenir en destellos de las emociones, de modo que las formas se desprenden de cuanto es anecdótico e innecesario, como si fueran animadas por una transformadora evanescencia, un centelleo, una irisación. La segunda constante podemos encontrarla en la temática de la tierra, asumida en la inmensa mayoría de su producción desde todas las posibles acepciones del término.

Estamos ante un artista en permanente ebullición, que a lo largo de su trayectoria no ha cesado de experimentar, dando rienda suelta a los más entusiastas anhelos de su fuero interno, desde el poscubismo estetizado de sus comienzos, pasando por la abstracción lírica y el expresionismo informalista, hasta llegar a la incorporación del collage fotográfico de sus últimos trabajos.