Aprovechando que el último año lo he dedicado casi por completo a estudiar las huellas de la Orden del Temple por media Europa, aprovecharé las siguientes líneas para repasar las que dejaron en nuestra ciudad. La leyenda de los templarios comenzó a forjarse en 1118, cuando nueve caballeros piadosos llegaron a Tierra Santa con la misión de proteger los caminos de peregrinación a Jerusalén. Por algún motivo desconocido, a partir de 1125 comenzaron a gozar de una serie de privilegios nunca vistos hasta entonces, y a experimentar un crecimiento económico sin precedentes que les llevó a alcanzar en pocos años la cúspide del poder político de Occidente. Sin embargo, a principios del siglo XIV fueron injustamente perseguidos, torturados, y la gran mayoría quemados en la hoguera.

Estos enigmáticos caballeros, que siempre han cabalgado entre la realidad histórica y la leyenda, desembarcaron en Córdoba en 1236, cuando Fernando III El Santo les hizo entrega de una serie de posesiones en agradecimiento por su ayuda durante la reconquista. La más importante fue quizás la fortaleza islámica, situada en el extremo sur del Puente Romano, que se convertiría en la actual Torre de la Calahorra, donde aún se puede contemplar la cruz de Tau sobre una de sus aspilleras. También recibieron la mezquita del Amir Hisham, que derribaron para levantar su propia iglesia gótica aprovechando el alminar como campanario. Y un cortijo a orillas del Guadalquivir, situado donde hoy se encuentra la modesta ermita de los Santos Mártires.

No es casualidad que a pocos metros de la iglesia que perteneció al Temple, siempre rodeado por un halo misterioso y herético, se encuentre la plaza elegida por las hechiceras cordobesas para celebrar siglos después sus aquelarres, conocida como el panderete de las brujas.Fernando III también obsequió a la orden templaria con varias propiedades en la provincia, principalmente en Castro del Río y Almodóvar. Este último suponía un enclave de importancia estratégica para la vigilancia del camino entre Córdoba y Sevilla, y por eso, en 1240 los caballeros de la cruz paté recibieron a las afueras de la población cuca un cortijo con más de quinientas fanegas de tierra plantadas de olivos, que hoy en día continúa llamándose Cortijo del Temple.

Finalmente, numerosos investigadores como Louis Charpentier aseguran que en aquellos lugares cuya toponimia se incluye la palabra espino, los templarios guardaron algún importante secreto. ¿Poseerían pues alguna propiedad a la entrada de Córdoba, en la Cuesta del Espino? ¿Qué secretos custodiaron en nuestra ciudad? Continuará.

(*) El autor es escritor y director de ‘Córdoba Misteriosa’. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net