Un teatro, una sala de cine y un auditorio de música o de ópera es, para la mayoría del público, un lugar donde pueden ocurrir acontecimientos notables y dignos de atención. Pero ello se desmorona en cuestión de segundos con el insistente sonido de un móvil, el resplandor de una pantalla encendida, una alarma disparada y el parpadeo del flash al captar una foto con el celular, incluso con el ruidito del tecleado de un espectador más pendiente de quién está fuera que de la función que transcurre ante él, en directo, como la vida misma.

En los conciertos de rock es habitual ver brazos alzados con teléfonos móviles a la caza de la foto para colgarla en las redes sociales y que sus amigos la observen y la comenten al mismo tiempo. "Ya no se llevan los mecheritos, ahora lo único que se ve es un mar de luces de móviles", cuenta Eduardo Möller, director de márqueting de Live Nation, promotora de conciertos y de espectáculos como Varekai de Cirque du Soleil. Según, él lo de los móviles en conciertos multitudinarios se ha ido de madre. "Es un fenómeno incontrolable. Los artistas lo saben y no ponen ningún problema a que el público les haga fotos o grabe vídeos", señala. A veces, incluso, se da la paradoja de que un cantante no permite la entrada de cámaras de televisión y en cambio se encuentra con miles de personas grabando el concierto.

AVISOS Si en un recital de rock, los móviles están descontrolados, pero permitidos, en espectáculos como los del Cirque du Soleil sucede lo contrario. "Un flash o el sonido de una llamada puede desconcertar perfectamente a un equilibrista. Es peligrosísimo. Lo vigilamos muchísimo. Al estar el público sentado, es más fácil. Avisamos mil veces y tenemos personal pendiente de que nadie saque un móvil", argumenta Möller.

El director británico Peter Brook dice que el teatro es como el silencio, que cuando se habla de él desaparece. Si cualquier ruido irrumpe en una función, el teatro puede esfumarse y romper la concentración de un actor como una pompa de jabón. "En ese caso se evapora la profunda conexión que se establece desde el escenario con el público. Es violento. Lo he sufrido muchas veces, pero no he interrumpido la función", afirma la actriz Carme Elias.

José Corbacho creó un show teatral en el que ironizaba sobre la utilidad que se le da a las nuevas tecnologías y dónde pedía al público que tuviera los móviles abiertos y que no dejaran de enviar mensajes de WhatsApps. "Es una provocación que al final forma parte del espectáculo. Yo me lo puedo permitir porque me muevo en el terreno del humor, pero entiendo que Josep Maria Pou se enfade cuando suene un teléfono en el teatro. El problema es que hay gente enferma, que vive en un mundo virtual. Confunden la pantalla con la vida. Se pierden lo que está ocurriendo en ese momento en busca de una foto para que todo el mundo sepa dónde está".

Albert Serra, cineasta adorado en el festival de Cannes, califica de egocéntricos a los que envían mensajes cuando están en el cine. "Es de análisis psicológico. Escriben son chorradas mientras se pierden la película".