Como escribe Raul Zibechi estos días, Eduardo Galeano solía decir "Soy de izquierdas. Por lo tanto independiente". Periodista y escritor que al encuentro de la historia se encontró con la vida. En medio del miedo, la barbarie y el derrumbamiento de las culturas latinoamericanas en las que se sumerge a finales de los 60, Galeano supo ver los rescoldos de la alegría, aquello que hacía mantener el origen y la dignidad de los pueblos oprimidos. Y su literatura, sin desprenderse jamás de la denuncia y la lucha por la justicia social, se fue poblando de cuentos, mitos y pequeños gestos olvidados.

Fue el escritor de los nadie, que desde entonces dejaron de serlo en los corazones de todos los que nacimos al otro mundo en las páginas de sus libros. Tuve la suerte de compartir los últimos años de Eduardo Galeano y su familia, en la cercanía y generosidad con la que me abrió las puertas de su vida.

Las 12 de la noche en Barcelona. Yo me estaba preparando para ir a dormir pero sonó el teléfono. Era Helena (su compañera), con voz alegre y una energía arrebatadora; - Vamos Pablito, vamos con Dudu a Plaza de Catalunya. Habíamos estado todo el día de arriba para abajo, Eduardo había recibido un prestigioso premio y acababan de salir de la cena. Pero allí estaban, esperándome en una esquina de las Ramblas, felices y contagiados de aquella mística que encendió el 15M en España en aquel hermosos mes de mayo de 2011. Llegamos a la acampada. Habíamos estado juntos en la de Sol. Pero aquella noche Barcelona estaba linda, cálida. Sonaba la música y la gente no paraba de llegar como si fuera fiesta. Busqué a mis amigos para que grabaran algunas palabras de Eduardo. El video en pocas horas fue visto por decenas de miles de personas, y Eduardo dijo "este es un mundo diferente, va a ser un parto difícil, pero este mundo está latiendo en el otro, y aquí lo reconozco. No me importa lo que pasará mañana, eso no importa, me importa lo que está pasando hoy". Y vi en sus ojos algo que yo, más o menos joven, partícipe de aquello, no tenía ya, no tengo; una inocencia y una alegría limpia que en algún momento dejé arrojada en la cuneta de mi infancia. El la tenía, la tiene. Un entusiasmo casi inocente por lo pequeño, por los gestos tapados por la rutina. Aquella noche brindamos como en fin de año, reímos, porque al menos en esos momentos regresó la alegría de vivir sin miedo.

Cada día comentaba al desayuno la prensa española con Helena. No podía despegarse de aquella España que nacía torpemente a la democracia a principio de los años 80 en la que sufrieron el exilio. Cuando llegaron a Cataluña también fueron otros exiliados, los del hambre, los andaluces emigrados los que mejor le acogieron. Los vecinos obreros y pobres que empujados hacia el norte rico también añoraban sus lugares y sus gentes.

Cuando podía, atrapado por conferencias y presentaciones, se escapaba al sur, especialmente a Cádiz.

En uno de esos viajes, la entrega del Premio Internacional de Comunicación Solidaria que le otorgó CIC Batà, pude conocerlo. Desde entonces regresó en varias ocasiones y la ciudad le atrapó, hasta el punto de que escribió sobre ella, especialmente en su libro Espejos . Hace dos años, coincidiendo con el primer aniversario del 15M, llegó a nuestra ciudad a presentar su libro Los hijos de los días , llenando el salón de actos de la Facultad de Filosofía Letras.

En el año 2010, decidí viajar a Montevideo a realizar un estudio sobre las cooperativas de viviendas, y Eduardo y Helena me abrieron para siempre las puertas de su casa. Tomé un taxi desde el aeropuerto a su casa. Y allí estaba yo, con algo de miedo y respeto. Respeto que aumentó cuando colgado de su puerta pude leer un cartel que decía "Cerrado por fútbol". Eduardo es autor de uno de los más hermosos libros sobre fútbol que se han escrito: El fútbol a sol y sombra . Allí viví un apasionante mundial de Sudáfrica y sentí que España salía campeona en el mejor estadio del mundo, su casa.

Como casi todas las tardes de ese mes de julio, Eduardo se acercaba a buscarme a la mesa del salón. Eso significaba calle. Colocaba en su cinturón sus bolígrafos alineados como pequeños combatientes. Se preparaba por si las historias fueran a surgir en cualquier esquina. Repetía muchas veces los mismos caminos, pero siempre iba preparado, atento a lo extraordinariamente pequeño.

Andábamos hacia la rambla de Montevideo, y en aquellos paseos pudo contarme una única historia, para lo que utilizó muchas horas, muchos días, múltiples relatos, cuentitos, amargos y dulces... Me contó que las historias más extraordinarias se quedan siempre escondidas en el refugio seguro de la alegría. Esperando.

Entonces un día pisando ya la arena, un hombre mayor se acercó. Parecían familia, amigos desde la infancia por cómo se miraban. Pero no se conocían. Y el hombre, agarrando con sus ancianas manos los hombros de Eduardo le dijo con una hermosa sonrisa...

--No te mueras nunca Eduardo.

Seguimos paseando en silencio ya, un buen rato.

Eduardo se paró, y me dijo con su media sonrisa

--Es hermoso que me digan eso.

(Publicado en Semanario Brecha el 16 de abril de 2015 en su número especial dedicado a Eduardo Galeano. Brecha es un semanario fundado en 1985, heredero de Crisis y Marcha, dirigidos por Eduardo Galeano y donde colaboraron activamente Onetti, Gatti, o Mario Benedetti entre otros muchos) .

* Director de Cultura de la Universidad de Córdoba