No deberían estar enfrentados. No deberían ocupar bandos distintos en los pactos ni ser polos opuestos en los análisis, ni dos platos de una misma balanza. No deberían plantearse uno a costa del otro, creer que tenemos la responsabilidad del cumplimiento del deber, aunque el dolor sea insoportable. El sufrimiento de la población de Grecia no debería ser la cruz de la negociación, el supuesto daño colateral inevitable, la penitencia por los pecados de anteriores políticos, por la avaricia de sus élites y por los buitres que se alimentaron de sus restos. Ante el jeroglífico de una deuda impagable, ante la inflexibilidad de unos y los errores de muchos, el porvenir de un pueblo no puede ser sacrificado.

"Los días del futuro se alzan ante nosotros como una hilera de velas encendidas --doradas, vivaces, cálidas velas. Los días del pasado quedaron tan atrás, fúnebre hilera consumida. Donde las más cercanas aún humean, velas frías, torcidas y deshechas".

Los versos del griego Kavafis encierran la única posibilidad de supervivencia posible. Para Grecia y para Europa. Sin esperanza de un futuro, la oscuridad de la ira y del desencuentro mellará los cimientos. No se puede avanzar si solo se mira al pasado. Se necesita, al menos, una vela que ilumine el camino. Aunque sea la de una ingenua poesía frente al pragmatismo de los números. Un acuerdo, una esperanza, un leve latido que despierte el corazón de Europa.

* Periodista