En este país hipocritón más preocupado por el qué dirán que por el qué tenemos que decir, somos maestros en el arte del eufemismo, ese equilibrismo consistente en ocultar un tabú bajo la cremosa apariencia de lo políticamente correcto. El último eufemismo es el de las concertinas. Me voy al diccionario y pone que una concertina es un instrumento musical de la familia de los acordeones muy usado en las fiestas populares; como ya no me fío ni del diccionario, consulto a san Google y ahí aparece la imagen del alambre que ya no es de espino sino que incorpora pequeñas cuchillas afiladas y cortantes con rebajes diseñados con muy mala leche para que la víctima no pueda escapar y quede bien enganchada, más o menos el mismo sistema que se usa en los anzuelos de pesca. Quizás le llamen concertinas por el especial sonido que emite el inmigrante ilegal cuando queda atrapado, una especie de mugido inmenso, como el que se escapa de los acordeones que caen desmadejados desde una silla al suelo. Sí, un berrido que se mete en el sentido como los que escupía por sus orificios el toro de Falaris en la Grecia clásica. Recuerdo a aquella raspa de ministra, Fernández de la Vega, que cuando Zapatero también mandó ponerlas, las concertinas, las llamaba "sirgas tridimensionales", y el término sirga, curiosamente, también es explicado en el diccionario como cierta técnica marinera y de pesca, está claro que se equivocan quienes dicen que a los inmigrantes hay que cazarlos. No, los ilegales se pescan. Con sirgas o con concertinas anzueleras.

* Profesor