La sinceridad de Cospedal es una bocanada de esperanza sobre la realidad. Escuchando a la secretaria general del PP, en su nuevo --o no tan nuevo-- ejercicio de auscultación sobre la identidad de su partido, esa voz expuesta con su piel de lamento, de cansancio labrado por una actividad que requiere su esfuerzo, vemos que los líderes sociales pueden venir por los caminos más inesperados, con esos aires turbios convertidos en su depuración, con la piel llameante de una ética inversa, que acaba siendo pura por fuerza de contrarios. Ni Pablo Iglesias, ni Albert Rivera, ni Alberto Garzón: la gran renovadora democrática de España es María Dolores de Cospedal, que ha dejado atrás sus habituales atributos, de tanque de derribo de la sociedad del bienestar, para empezar una confesión cívica que, además de indignarnos, nos hace contemplarla con esa humanidad cómplice tras la satisfacción del trabajo bien hecho.

Le ha salido del alma, del corazón abierto a los vientos benignos de Guadalajara. En mitad de un discurso, ha afirmado María Dolores de Cospedal, como quien se quita un peso de encima, con la respiración todavía exhausta, que "Hemos trabajado mucho para saquear a nuestro país adelante". La afirmación de la secretaria general del PP y presidenta de Castilla-La Mancha el pasado viernes podría ser un lapsus, habrán pensado muchos. Es cierto. Si aceptamos que para los miembros y "miembras" del nuevo socialismo Antonio Machado ha nacido en Soria, ya todo es posible. Pero no. No se trata de un lapsus. Sería un lapsus si no hubiera un precedente, sin el ritmo pautado de la repetición. Porque no es la primera vez que Cospedal sufre ese "lapsus", ese rapto interior de una sinceridad que le arroba los poros, que le brilla en los ojos del caudal abatido: en mayo de 2012 le ocurrió lo mismo, con la diferencia de que, en esa ocasión, la afirmación fue que "Hemos trabajado mucho para saquear Castilla-La Mancha".

Confusión de asonancias, pensarán los benévolos, esas almas cándidas fugaces que pueden ser saqueadas a traición, a discreción incluso, y seguirán votando a sus cuatreros. No, ahora estamos en otro momento de la historia. Estamos ante el instante máximo de expiación, ante la verdad pública, que se escapa del cuerpo como el hálito blanco de la resurrección, como el leve rumor de la fiebre y la sed en los cuadros de El Greco, con esa imantación hacia el cielo fogoso como una nueva llama de sinceridad esbelta, con vuelo vertical, que nos trae la conciencia como un nuevo discurso del PP.

Pero Cospedal está sola en su intento de purificación. Mientras ella se daba a la sinceridad, Mariano Rajoy seguía defendiendo en el Congreso la amnistía fiscal y la opacidad de la lista de los que se acogieron a la regularización injusta, favoreciendo a los defraudadores como Rodrigo Rato, frenando cualquier comisión de investigación sobre esta vergonzante legalización del fraude. "Me enteré de lo de Rato por la prensa y tuve un disgusto", ha dicho Rajoy. Bueno es saberlo: por lo menos descubrimos que el presidente se entera de algo, aunque sea por la pantalla, que es su medio, y que además siente, mientras la población padece su saqueo de los derechos fundamentales y las libertades públicas, para no dejar en pie ni los tabiques de la Constitución. Mientras los preferentistas de Bankia siguen reclamando los ahorros de toda una vida, asistimos impávidos a las cifras de Rodrigo Rato, ese águila financiera del PP, con sus decenas de cuentas, sus millones dispersos, sus cuarenta empresas, sus presuntos blanqueos de capitales y alzamientos de bienes, tan cercanos a los términos y a los procedimientos de la trama Gürtel y Luis Bárcenas. No está cayendo un hombre, sino toda una teoría política, que viene desde Aznar y que acumula el espurio capital de estas aves rapaces.

Volverán los oscuros buitres del vuelo carroñero en la carne de todos. Pero trabajar agota, es un esfuerzo que nos suelta la lengua como una ebriedad liberadora de los pensamientos. Por eso Cospedal, y fraseo un poco a lo Rajoy, ha dicho lo que ha dicho. Estamos ante una poética de la introspección, con justicia interior puesta de frente ante el pan de los días. Valoramos su esfuerzo, tanta dedicación. Una vez culminada su excelente labor, yo creo que esta gente se ha ganado un descanso.

* Escritor