Después de vista, y una vez digerida la última película del audaz cineasta Alberto Rodríguez, El hombre de las mil caras, tengo la sensación de haber asistido a la génesis de todo lo que ha venido sucediendo en este país, para mal. Como en anteriores películas de Alberto (Siete Vírgenes, Grupo siete o La isla mínima), donde pone el foco toca la herida, y en esta ocasión esa herida es la grieta por la que comenzó a resquebrajarse nuestra democracia en lo tocante al trinque, la corrupción y la desvergüenza de los que ha seguido mangando y de los que ha seguido tapando, y el pueblo, ciego y sordo y con la pituitaria embotada, sin atinar la mano con la herida, votando. En la película, tan brillante director cuenta el saqueo, la fuga y entrega del forajido de leyenda Luis Roldán, el que fuera director general de la Guardia Civil. No obstante, el protagonista es Francisco Paesa, el muerto y desaparecido y, a tenor del estreno de la pelí, reaparecido otra vez en la revista Vanity. Todo rocambolesco como la propia historia de Roldán, pues no puede ser más castiza la trama y final del hombre que nunca estuvo en Laos, país donde el ínclito creía que se entregaba y los policías españoles creían que lo detenían merced a la engañifa de Paesa, que engañó a todo el Gobierno y se quedó con el personal y con los 1.500 millones que Roldán le confió. Si emulando al nobel Vargas Llosa en Conversación en la catedral, nos preguntásemos en qué momento se jodió la confianza de los españoles en la clase política, Tal vez la respuesta estaría en la trapisonda que cuenta esta película, el pelotazo de Roldán, la astucia de Paesa y el ridículo del Gobierno español. Y de ahí a Jordi Pujol, unos 20 años después, la cosa solo ha ido a peor, pues si con Roldán fueron 1.500 los millones de pesetas esfumados, a la banda de los Pujol el juez le atribuye más de 3.000 millones, en este caso de euros, los que suma la fortuna oculta por Andorra, Belice y Panamá. Más de lo mismo. El choriceo nos retrata, y las cloacas del Estado apestan. Por eso son muy de agradecer que películas como esta cuenten nuestra historia, y además hacerlo con inteligencia, y con las sabias y oportunas dosis de humor que nos permitan soportar tanta putrefacción.

* Periodista