A la altura de 2016 se hace forzoso reconocer que todo en el panorama actual hispano y aun de buena parte del mundo invalida cualquier pretensión de desterrar o preterir el empleo de los dos términos quizá de mayor virtualidad y, singularmente, difusión del vocabulario político cuotidiano. Todos los antiguos pero también modernos argumentos esgrimidos -en ocasiones con escalpelo buido y envidiable en cuanto sagacidad y penetración- en su contra han venido indeficientemente a caer en el olvido o menosprecio del lado de una opinión pública que encuentra en su uso un expresivo y expedito medio para constatar sin mayores esfuerzos el pensamiento y actitudes de los miembros y sectores que la integran. Así, no existe adulto en nuestra colectividad -igual puede decirse seguramente del resto de las de occidente- que, de modo instantáneo, no identifique ideológicamente al que lee o escucha o lo de que se habla o escribe al toparse con las voces de «izquierda» y «derecha». No hay que enaltecer todo lo salido del seno de la Asamblea Constituyente francesa de 1789 -a la manera como se hiciese en su primer centenario-- ni tampoco en difuminarlo o denostarlo con exceso -conforme se hiciera en su bicentenario-- para señalar su insuperable papel como partera y expendedora de patentes y marbetes políticos y doctrinales. En sus fecundas sesiones se esculpió el nomenclátor de la vida política contemporánea y, tras dos siglos de vigencia, aun se muestra lozano y útil para orientarse en un mundo cada vez más complejo, pero no por ello menos impactado por el grafismo y elocuencia de conceptos como los que ahora nos ocupan.

Nuestros progenitores los utilizaron a caño abierto en su lenguaje individual y colectivo, sin que otros a la manera de «los de arriba y los de abajo», «los ricos y los pobres», «los explotados y explotadores» pudieran reemplazarlos en cuanto a claridad y percusión, no obstante los no pocos méritos expresivos de todos ellos... Y nuestros descendientes directos hicieron un recurso más restrictivo de su empleo, procurando, consciente o inconscientemente, hallar y, por tanto, utilizar matices y salvedades que los enriquecieran con las realidades más complejas de su genuino ser. Tiempo perdido, al menos por ahora. Sin duda, durante otra generación por el momento en la vida política española y, por incontenible expansión, en toda ella, «izquierda» y «derecha» recobrarán su roborante salud de antaño. Ninguno de los lectores de estas líneas dejara de verificarlo en el corto plazo de una semana... H

* Catedrático