Hablemos de dos políticos que ya no están en activo. Uno de ellos decía que vivimos en un mundo errado, puesto que un político cobra más que un maestro; y erramos por la simple razón de que las decisiones de un político nos afectan durante un corto periodo de tiempo, mientras las enseñanzas de un maestro nos acompañaran de por vida. El segundo de los políticos defendía que los sueldos que cobraban estaban totalmente justificados, ya que la única forma de que grandes profesionales de distintos campos se decantaran por la política en lugar de por las empresas privadas, era ofreciéndoles al menos un nivel de vida parecido al que cobrarían en dichas empresas. De paso, afirmaba, este alto nivel de ingresos evitaría que cayeran en tentativas de corrupción.

Perdonad que comience con esta comparación, pero me sabe tan mal como se ha vilipendiado con el tiempo la figura del «maestro»... No pertenezco a la generación de la enseñanza mediante el capón, el cogotazo o el tirón de orejas, aunque alguna vez pasé una clase de cara a la pared. Nunca he sido un empollón, aunque tampoco un malísimo estudiante. Pues aun así, considero que fui afortunado de las lecciones que aprendí durante mi época escolar. Más allá de ecuaciones de segundo grado, ríos de España y análisis sintácticos aprendí una serie de normas de civismo que parece que ahora están mal vistas que las enseñen en los colegios. Hay una corriente que defiende que a «los niños los forman en los colegios, pero los educan en su casa». Totalmente de acuerdo pero ¿qué ocurre cuando esa labor doméstica no se realiza de forma correcta? Lo digo por la proliferación de casos de agresiones de alumnos y --lo que es más grave aún-- de padres hacia docentes que desarrollan una labor tan infravalorada. Y podríamos hablar de eso que ahora llaman bullying --yo prefiero llamarlo acoso escolar-- y que ha existido toda la vida, aunque es verdad que nunca con la gravedad de hoy día.

Pues estoy orgulloso de lo aprendido. Tengo la suerte de acordarme de momentos entrañables que me han marcado: cuando me hicieron leer una redacción mía ante una clase un año mayor que yo y aquella maestra me dijo «algún día, escribirás un libro» o de la complicidad con docentes que no se sentían amenazados por lo que pudieran hacer. Y, por supuesto, tengo la suerte de acordarme de sus nombres y contar con la amistad de alguno de ellos: Don Manuel, al que convencí que era del Barcelona para que me mirara con buenos ojos. O Pilar, que hoy en día me trae delicias culinarias (creo que se siente culpable por haberme suspendido en Dibujo Técnico). Y tantos otros como Joaquín, Charo, Pura, Miguel. Todos con el “don/doña” por delante, por una simple cuestión de respeto.

A todo esto, el primero de los políticos que parafraseé era Pepe Múgica, ex presidente de Uruguay. El segundo, un tal Rodrigo Rato. Sobran comentarios.

* Escritor