¿ Por qué tengo yo esta maldita sensación de que no avanzamos mucho en las ideas, de que somos como polillas dando vuelta alrededor de la luz para achicharrarnos vivos en el vidrio de la bombilla? Fíjense ustedes en la disputa entre Iglesias y Errejón. Uno no quiere parecerse a la derecha ni en la forma de andar y el otro no cree que ha venido para cantarle las cuarenta a nadie sino para enseñar el camino de la luz desde las instituciones democráticas que controla la derecha.

Quiere Errejón devolver a estas instituciones a su raíz, a un pueblo revolucionario que pertenece al imaginario de la Revolución francesa antes del 9 de Termidor. Quiere expropiar ideológicamente a la burguesía, que se apropió de las ideas de la Ilustración, en las que nace el Estado moderno, y las pervirtió con el sistema capitalista de producción. No las cree, pues, muy democráticas. La evidencia de que del capitalismo no se deduce la libertad y que el socialismo es compatible con el Estado de derecho, lo he señalado hace unos días en este diario citando a Carlos Fernández Lira, ideólogo de Podemos en el ala errejoniana y expuestas en su libro En defensa del populismo. Pudiera haber utilizado muchas otras fuentes, pero esta me valía por su carácter interno en la polémica entre los dos bandos.

Utilizaré una más no obstante. Dice Terry Eaglenton en ¿Por qué Marx tenía razón?: «La reforma es vital pero, tarde o temprano, se alcanza un punto en el que el sistema se niega a ceder más, y ese punto es el que el marxismo conoce por el nombre de relaciones sociales de producción». Y no hay que olvidar que la mayoría de las reformas del sistema liberal, tales como el sufragio universal, la educación gratuita, la libertad de prensa, los sindicatos, etc., se conquistaron «gracias a la lucha popular contra la feroz resistencia de la clase dominante». Esto es incontestable.

Pero lo mismo que la ley es vana si no está en la costumbre, no hay cambio político que no esté en el sentir de la gente, en la calle. Es la calle lo que hay que llevar al Parlamento, no a la inversa. De la calle nace Podemos; en el Parlamento, donde se asienta la mayoría burguesa, se intentará parar. Allí se consumirán los frágiles cuerpos atraídos por la luz deslumbrante del poder. En cambio, en la lucha codo con codo con los problemas diarios de la gente, se pueden acumular los votos en el amplio espectro del arco iris de la trasversalidad, es decir, de los comunes empobrecidos por el estado de crisis permanente en el que vivimos. O como dice el mismo Pablo Iglesias: «Hay que tener una pata en el Parlamento y mil pies en la calle». No hay pues que asaltar los cielos ni ningún palacio para conseguir cambiar la sociedad, sino escuchar a la gente.

Se puede rechazar el marxismo que dio lugar al culto a la personalidad de Stalin, pero reivindicar la Ilustración desde el marxismo es poner de nuevo boca arriba a Hegel, a quien Marx le había dado la vuelta, e invertir el proceso histórico cuya síntesis conduce al socialismo. Lo que se pueda lograr a corto plazo en nuestro país por la voluntad popular, dependerá de la socialdemocracia que salga del Congreso del PSOE.

* Comentarista político