La sangre dinamita, el coágulo revienta la conversación. La primera línea de combate es la lucha pública de nuestra democracia por su supervivencia, en un tiempo cambiante de grandes migraciones y mixturas abiertas, con una población no entremezclada, sino diseminada en archipiélagos, que ya no tiene un único sistema de referencias éticas. Con el impacto y también su rotura interior, por un segundo todos estamos en París. París con su Comuna, París que no se acaba en la respiración de Hemingway, en el vaso de absenta de Verlaine, con su desolación final ante el fracaso de las revoluciones. París en el 68, con su arena de playa bajo los adoquines. El París que siempre nos quedará, la ciudad en la que todos, seamos pobres o no, hemos sido jóvenes alguna vez, y también felices. Pero, por un segundo, París también es Madrid, y un despacho de abogados laboralistas el 24 de enero de 1977, cuando un grupo de pistoleros fascistas irrumpió en un piso que siempre estaba abierto, para ejecutar a unos abogados jóvenes que ya habían convertido su propio derecho en una garantía colectiva.

Ahora, cuando todavía trato de imaginar la escena, me viene a la retina Malala Yousafzai, la niña pakistaní tiroteada por unos talibanes. Su único crimen había sido, y sigue siendo aún para miles de integristas, querer estudiar. Los talibanes no atentaron sólo contra ella, sino contra los millones de mujeres que han reivindicado ese derecho, mujeres silenciadas no sólo en los países de islamismo radical, sino también en los nuestros, si les llega su zarpa sombría y dura. Viendo las imágenes, esos charcos de sangre en un pasillo, recuerdo que una de las dos balas le atravesó la cabeza, aunque consiguió sobrevivir. Malala Yousafzai, defendiendo su derecho a estudiar, no sólo defendía el de las demás mujeres pakistaníes, sino la dignidad ciudadana de todas ellas. Entonces, el Islam civilizado condenó a los criminales. Ahora la cuestión previa es más sinuosa: la necesidad del agravio en las caricaturas,con la alusión ofensiva a la religión.

Creo que es una pregunta irrelevante. También ante el dolor y la gravedad del asalto es necesario afinar un sentido común de la oportunidad. Después de asistir a la barbarie, con sus coletazos de secuestros por nuestras propias calles, como hemos sufrido antes en Nueva York y Londres, la geopolítica se queda pequeña, o quizá alcanza su verdadera dimensión: asumir que ya estamos ante un conflicto global y que la guerra acaba de llamar a las puertas de casa. El propio Michel Houellebecq acaba de abandonar la promoción de su nueva novela, Sumisión , una política-ficción sobre una Francia futura, en un cercano 2022, en la que un partido islamista gana las elecciones, porque varios de los creadores asesinados eran amigos suyos. Se ha ido de París, quizá porque su rostro ha sido muchas veces la portada de Charlie Hebdo , pero con más seguridad destrozado por el asesinato de sus amigos, que es, en parte, la ejecución del mundo en que creemos: el de una libertad del desenfado por encima de todo fanatismo.

Mientras, muchachas como Malala Yousafzai continúan siendo tiroteadas en defensa del derecho de todas las mujeres del mundo a abrir un libro, y artistas como los de Charlie Hebdo , tras su asesinato salvaje, nos siguen recordando que tenemos derecho a disentir, a reírnos del mundo y dibujarlo, porque ese mismo derecho es el fundamento de toda nuestra vida. Este caudal tiene demasiadas corrientes, pero la sangría nos une en un mismo discurso: el pluralismo democrático. El derecho a estudiar de todas las mujeres. El derecho a la libre disposición sobre el propio cuerpo, también, de todas las mujeres, más allá del varón dominador, y también el derecho a disfrutar de su propia belleza descubierta. La libertad creativa, la libertad de lectura, la libertad para disfrutar de un cuadro hermoso o su caricatura, y también el derecho laboral femenino, en un mundo sin mártires, con hombres y mujeres libres, o al menos con derecho al pataleo.

También por ese mundo, recordemos los nombres de los asesinados y los de tantas víctimas del fanatismo asesino. Siempre habrá tiempo para análisis más hondos. Pero hoy, para cualquier vida que merezca la pena ser reivindicada y defendida, el aliento del mundo está en París, con su viento cortante y su nuevo dibujo de la libertad.

* Escritor