Quizás sea pronto para decirlo, pero el nuevo Papa ya está apuntando maneras. De momento le está dando la razón a los cristianos a los que les parecía ya insoportable por más tiempo la actuación de la curia, a los que critican el lujo vaticano, los oros, la ostentación regia frente a los buenos ejemplos. Es un primer paso. Si a ellos sumamos el castigo que ha impuesto a un cardenal connivente por ocultación respecto a los clérigos pederastas, su degradación o expulsión, aún vamos mejor. Si sumamos ya cosas más superficiales pero significativas como el haber pagado facturas, renunciar al coche oficial, la llamada telefónica personal sin intermediarios, sus palabras cercanas y su salto del protocolo, la cosa se pone mejor. Decíamos, con San Malaquías, que éste iba a ser el último Papa, pero a lo mejor lo que pasa es que con él ha muerto la vieja y anquilosada jerarquía y ha comenzado un nuevo y auténtico milenio de regeneración. Se decía el otro día en una conferencia múltiple en esta ciudad que la crisis económica es el resultado de una crisis de valores, y es cierto. Hacían falta referentes nuevos de compromiso valiente para mejorar el mundo, la Iglesia ya tiene el suyo. Este Papa viene a cerrar la etapa de los teólogos --esa ciencia tan anticiencia por difusa y subjetiva-- y quizás venga a inaugurar la del predicador con el ejemplo pegado al terreno. Que nadie espere grandes cambios de dogma o de mensaje político, pero sí en el compromiso social real y no téorico. Es muy posible que pronto podamos decir "che, Paco, qué bueno que viniste, sos macanudo".