No, no les hablaré de protocolos sanitarios, ni de cierres de aeropuertos, ni de responsables públicos, ni de remedios farmacéuticos. Ojalá existiera en el mundo una vacuna que curase la verdadera pandemia que nos afecta. No habría ambulancias suficientes ni camas hospitalarias en el planeta para tratar la auténtica patología que nos invade. La pandemia del desamor al otro, claro, porque a nosotros mismos nos queremos muchísimo. El amor propio ha crecido en proporción directa a la pérdida del amor a los demás. En la sociedad del bien-estar hemos olvidado el bien-ser. En este déficit emocional globalizado y transnacional no existen ya ni clases medias ni altas, aquí tomos somos mileuristas de un amor hipotecado, aquí todo el mundo es un sin techo de amor del que duele, del amor de verdad, como lo expresaba Risto Mejide hace unos días.

La pandemia de lo mal que nos queremos azota al mundo, provoca divisiones, disensiones, opresiones y depresiones. El huracán de la globalización y el tsunami de la posmodernidad derribaron aquéllos bloques con que dividíamos la lucha planetaria en derechas e izquierdas, norte y sur, ricos o pobres. El verdadero muro que nos separa es el de las gentes que saben amar y las personas en desamor, el de aquéllos que cada día dan más y piden menos, y quienes lo exigen todo a cambio de nada. En el saco de estos últimos incluimos los fundamentalismos ya sean políticos o religiosos, los egoístas, los narcisistas, los avariciosos, los soberbios, los prepotentes, los despóticos. En el primero, apenas si nos queda ya el amor de madre, ese que llevamos tatuado en el corazón. Es el amor incondicional, gratuito, que no hace ruido, que es paciente, afable; que no tiene envidia, que no presume ni se engríe, que no es mal educado ni egoísta, que no se irrita, que no lleva cuentas del mal, que no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad; que disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor que no pasa nunca como nos dice San Pablo en el himno a la caridad.

Tenemos una epidemia de amor superficial, pasajero, exprés, un amor virtual, momentáneo, que no entiende de luchas, un amor del "si no te gusta, ahí tienes la puerta". Y así nos va. Ahora la gente se conoce por una página de contactos www y se enamora por la red con frases bonitas y fotos trucadas. Luego vienen las consecuencias, en España se rompe un matrimonio cada cuatro minutos. En EEUU la mayoría de los hijos nacen ya de mujeres solteras. "Amores de barra" como decía la canción, amores sin compromiso. Hemos confundido la persona con el mercado, cosificando aquélla y vendiéndonos al mejor postor, primando la competencia sobre la cooperación. El antropocentrismo lo hemos cambiado por el mercadocentrismo. Ahí está el resultado. Amor como objeto de consumo, de usar y tirar. Amor como objeto de mercado, donde siempre hay fecha de caducidad y producto nuevo "con mejores prestaciones".

No te aturdas, reacciona. No quiero estropearte la festividad y el perol. Por que, sea de quien sea, ¡Córdoba... Feliz San Rafael!

* Abogado