En Cataluña estamos en la senda de la coquetería. Primero sí, luego no, después no pero puede ser sí, lo que acaba siendo un ni sí ni no. Déjate querer, y podemos seguir el ritmo de la copla o la canción, que como género siempre se ha ocupado de estas cosas. Veo a Puigdemont y a Junqueras detrás de una ventana ante un viento claro de luna, agarrados a la verja y esperando ver pasar a Mariano Rajoy montado en una jaca jerezana, embutido en un capote que le cubra los hombros, discreto bajo el chambergo bien calado. Veo a Puigdemont y Junqueras en el quicio de la mancebía, cuando vuelve a encenderse la noche de octubre, mientras pasan los hombres y ellos les sonríen, hasta que en la puerta se para el caballo de Rajoy, que también lleva a Pedro Sánchez sobre la grupa. «¡Serrana! ¿Me das candela?», decía la canción. «Ven y tómala en mis labios, y yo fuego te daré». En fin, que en esto siguen, mientras lo que se incendia es el agotamiento de los españoles, mientras otros incendios verdaderos nos arrasan Galicia y la conciencia de un país concertado sobre la solidaridad territorial. Frente al engaño del «España nos roba», la realidad de fuego que desertiza bosques, que nos cubre la piel de ceniza y despojos. Pienso en las miles de mujeres inmigrantes que se buscaron la vida en Cataluña hace dos generaciones, que tarareaban Ojos verdes cuando la escuchaban en la radio mientras fregaban escaleras, las veo en la maravillosa Canciones para después de una guerra, de Basilio Martín Patino, y me pregunto qué pensarían de este vodevil que sus hijos y nietos han terminado de convertir en drama. Más allá de la idea de cada cual sobre su identidad y su territorio -cuidado con esta asociación: suele conducir al fascismo con demasiada facilidad--, tenemos a este par de trileros entre la llantina y la falsedad continua, que corrieron hacia el abismo y ahora tienen miedo de saltar. Su coquetería, su dilación, su mentira, quema hasta la paciencia del caballo.

* Escritor