Francia vive en una psicosis por el temor a los atentados terroristas que se une a la que se produce en Alemania y que recorre toda Europa. En menos de dos semanas se han sucedido en territorio francés el terrible atentado yihadista con un camión en Niza y el ataque de ayer de dos terroristas islamistas en una iglesia de un pueblo de Normandía donde un sacerdote murió decapitado por los asaltantes. En este bárbaro asalto con toma de rehenes, reivindicado por Estado Islámico, hay una novedad. Si se confirma que uno de los atacantes llevaba un brazalete de seguridad tras salir de la cárcel, sería un indicio de la inutilidad de este mecanismo de control, reivindicado con furor por el expresidente Sarkozy. Los dos asaltantes fueron acribillados por la policía, pero los terroristas ya habían cometido sus crímenes. Sabían que iban a morir, pero no les importaba, y esta es una de las grandes dificultades para enfrentarse a ellos. El terrorismo islamista ha conseguido romper la unidad política en Francia y quebrar la cohesión de la sociedad: la derecha reclama medidas más contundentes y la extrema derecha culpa al Gobierno.

Mientras Francia se desgarra y amplía hasta enero del 2017 el estado de excepción, en Alemania el foco se fija en los refugiados y la derecha demanda más restricciones al derecho de asilo. La mayoría de los autores de ataques en Francia, sin embargo, son franceses, y sería un error y una injusticia centrar la responsabilidad de los ataques en Alemania en la política de acogida de refugiados. Luchar contra el yihadismo y sus causas es muy difícil. Muchas veces no sirve ni siquiera un alto nivel de información porque es imposible prever lo que pasa por la cabeza de un joven desconocido dispuesto a matar y a morir. H