La política anti-inmigración que pretende aplicar Donald Trump está haciendo correr ríos de tinta e inundando las redes sociales. A su discurso demagógico se le está haciendo eco a nivel planetario desde una exposición inagotable de juicios de valor contrapuestos que muestran un peligroso e inexorable avance hacia una polarización social e ideológica en la Humanidad. Resulta sumamente impropio y sorprendente que haya sido precisamente un presidente de los EEUU quien atice ahora la llama de la diferencia. Es patético ver la bandera de la discriminación enarbolada por el nieto de un inmigrante, casado con una inmigrante, presidente de un país de inmigrantes. Un país con poco más de dos siglos de historia cuya población es eso, inmigrante o descendiente de inmigrantes en un 95%. Según el censo estadounidense de 2008, el colectivo amerindio solo supone el 0,8% de la población, a ésta insignificancia le podemos añadir otro 0,8% de individuos reconocidos como mestizos y, si por ser benevolentes abrimos la mano hasta aquellos que tiene al menos una cuarta parte de sangre amerindia solo se llega a alcanzar un 5% de la población. El resto ya saben lo que son, una amalgama multirracial y multicultural descendiente en su mayoría de múltiples orígenes localizados en los viejos continentes. Que facilidad para el olvido, que negación de su historia, y que traición a los valores de sus tan ensalzados Padres Fundadores. ¿Dónde quedan las palabras de John Adams? «Considero el establecimiento de los EEUU como el comienzo de un gran escenario y diseño en la providencia, para la iluminación del ignorante y la emancipación de la parte esclava de la Humanidad en todo el planeta Tierra». ¿Y las de Benjamin Franklin? «Donde mora la libertad, allí está mi patria». ¿Y las de John Jay? «Ningún poder sobre la tierra tiene derecho a nuestra propiedad de nosotros sin nuestro consentimiento». ¿Y las de Thomas Jefferson? «Cuando los gobiernos temen a la gente, hay libertad. Cuando la gente teme al gobierno, hay tiranía». ¿Y las de James Madison? «Los casos en que la libertad de las personas se coarta por medio del acoso gradual y secreto de quienes están en el poder son mucho más numerosos que los producidos mediante usurpaciones repentinas y violentas». ¿Y las de George Washington? Hasta parecen premonitorias, «El gobierno no es una razón, tampoco es elocuencia, es fuerza. Opera como el fuego; es un sirviente peligroso y un amo temible; en ningún momento se debe permitir que manos irresponsables lo controlen». Si éstos Padres Fundadores levantaran la cabeza y viesen que sus humanistas promulgas sobre la justicia social y la libertad han derivado en un muro, que su país se va pareciendo cada vez más a aquellos rancios países estratificados que dejaron atrás, se echarían sus huesudas manos a la calavera. Pero hoy la sociedad norteamericana ya tiene algo que solo poseían los países con más trayectoria, la mitificación de una gloria pasada. Y en estos precarios tiempos de crisis, Trump ha logrado que su mensaje de «Quiero volver a hacer grande a EEUU» cale en las mentes de una descontenta mayoría blanca que, sintiéndose étnicamente superior al resto, maldice su mala fortuna actual. Nada nuevo. En el caso estadounidense, el éxito electoral de ésta política anti-inmigración de Trump y su odioso muro es fácil de resumir con un viejo refrán español, «No pidas a quien pidió, ni sirvas a quien sirvió».

* Antropólogo